Edito

Número 6 / Septiembre 2009

Femme Noire
(a J.L. Tejera García)

Poemas

07

Sé que estás allí
con el cuerpo clavado a dos camas

Te nombro así para empezar
porque sé que eres el ser más
perfecto

Me abrazas así, como alma terminada
por la mitad
tristemente enlatada en tus tres preguntas
fundamentales
¿quién soy?
¿quién puedo ser?
¿quién seré?
me tomas para saldar las cuentas
porque sabes que soy el ser más
perfecto
Sé que ahora estás allí
los codos sobre la mesa
los hombros sobre los codos
y sobre los hombros la palabra aplastante
que aún no has descubierto

Puertas afuera disfrutas de la manada
combates escribiéndote informes / resbalándote
sobre los tumores de la tristeza
vendiendo caras las victorias
las derrotas decuplicadas sobre
mis senos
caminas de frente / con dos dedos de barbilla
las caderas carnosas
traicionando traidores y
destazando cerdos

Las pirámides de la palabra
invertidas
se equilibran en tus ojos
y te ronca la gana
y te sorprendes

Al final de la batalla
vienes hacia mí
el dedo desenfundado
y cuentas / mientras los tapas
los agujeros

Sé que aún continúas por allí
perdiendo por todos lados
los ojos zurcidos al deseo del enemigo
sobre tus hombros te espían tus asignaturas
pendientes
te gusta / te agrada / te alarma
tomarme así
tachando debes


13

si fueses una sombra
asediada
por un guerrero inútil
si fueses un nombre
escrito
en el libro de los huesos
si fueses un alma
engrandecida
montada sobre un monosílabo
si goteases desde mis pezones
abiertos
hacia el ojo de una boca de cinabrio
si resultases ser un órgano
vital
que una niña acarició al nacer
si explotases desde un arma
percutida
en cuatro tiempos
si te devolviese cada hora que te trajo
hirviendo
vencido y estúpido como un romeo
si fueses nada más que un pensamiento
un arpón / un hombro / un muslo
un ácaro / un lumpen / un gandul
¿cómo puedo amamantarte?
¿cómo puedo tomarte sin provocarme el fin?
y apareces y resultas y goteas y te devuelves
y me miras y me siembras y me acaricias
mujer entre tantos seres breves
me olvidas
y estallas en mi territorio
como si yo fuese el asedio / la escritura
el gigantismo / la vida / la cámara
retráctil / el mercurio / la temperatura
que se perdió o escapó del cuerpo
de un herido
sin mediar otras palabras


14

te sueño
y cada sueño
se convierte
en un enemigo devuelto

me sueñas
me lanzas
sobre cada piedra
esperando romperme

cada palabra se rompió en miles
de treguas

en cada parte de cada caso
aparezco
(en cada cuerpo de cada mujer de cada necesidad)
como un apetito nuevo
(una puerta estrenada por dos animales)

no somos el resultado de quienes nos han soñado
tampoco nos atrevimos a despertarlos
y yo te soñé / como en otro poema
y resultaste ser éste

una palabra de sal nos está calibrando
me lanzaste y te convertí
y quizá / en el fondo
no nos necesitamos tanto

* Artesana, tatuadora y escritora nicaragüense. Constantemente viaja por Centroamérica. Todavía no tiene un nicho definido.

Génesis

I)

La noche es de plástico. El suelo es un disco cuadriculado con muy pocos objetos en la superficie: lápices, alfiles, mandarinas azules, ramas secas.


II)

La cosa sin ojos aparece volando en círculos concéntricos, aterriza en el disco y de inmediato se pone a danzar entre vapores y burbujas. Trescientos sesenta y cinco dedos meñiques plantados en el suelo la observan en silencio.


III)

Después de media hora de baile ritual, la cosa sin ojos abre la boca y escupe cuatro cubos: el verde, el amarillo, el negro, el gris. Arriba el cielo palidece, las estrellas son botones rojos y la luna es una dentadura postiza craqueteando y echando chispas.


IV)

Oscurece: los dedos meñiques comienzan a silbar y los cuatro cubos se vuelven transparentes: en su interior se distinguen bocas, lenguas, uñas afiladas. La cosa sin ojos eructa, extiende sus enormes alas y se aleja volando hacia el infinito.


V)

Ahora el silencio es perturbador. Los dedos meñiques sacan sus patas de pollo y se alejan trotando rumbo a una selva cercana que no existe. Arriba se escucha la agudísima voz del sargento: un dos tres cuatro un dos tres cuatro un dos tres… De fondo, una voz maternal murmura padrenuestros verdes, azules avemarías.


VI)

Entonces los cuatro cubos se rompen, de cada uno sale una pequeña cosa sin ojos que resplandece en pegajosas fosforescencias multicolores. Son larvas, moscas sin patas, gajos de semivida que se arrastran, husmeando y zumbando, gimoteando, dibujando estelas de baba verde. De sus cuatro esqueléticos lomos brotan alas tontas con las que ensayan torpes y ridículos revoloteos.


VII)

No. No pueden volar, no saben cómo hacerlo: intuyen que su madre se fue y jamás volverá. Frustradas, chillan con voces de libélula y se revuelcan en los jugos de su propio desamparo.


VIII)

Arriba, entre nubes gordas, aparece una colosal puerta de mármol verde; un ojo encerrado en un triángulo y trece signos zodiacales la rodean. La puerta se abre lentamente, de su interior desciende la escalera de luz por donde la Virgen María baja, azul y divina, modulando un canto etéreo, conmovedor.


IX)

Las pequeñas cosas sin ojos dejan de chillar al mismo tiempo, se quedan estáticas como meditando… ahora comprenden: La Virgen María les enseñará a volar, las convertirá en ángeles. La noche de plástico se derrite: detrás resplandece el platino inmaculado del nuevo día.

* Es egresado de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Ha sido becario del FONCA y del Instituto Quintanarroense de Cultura. Ha ganado diversos premios literarios, entre ellos el Premio Nacional de Poesía “Sor Juana Inés de la Cruz”, y el Premio Nacional de Cuento “Salvador Gallardo Dávalos”. Imparte cursos de literatura fantástica, horror y ciencia ficción desde 1993. Es director del consejo editorial de la revista La Mandrágora. Es asesor del Instituto Mexicano de Psicología Profunda. Actualmente coordina el Diplomado de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción en la Universidad del Claustro de Sor Juana, y el Laboratorio de Cuento Fantástico en la Casa de Cultura “Jaime Sabines”. Entre sus publicaciones se encuentran Ciudad de telarañas, Lucas muere, Torniquete de avestruces y Lady Clic.

Hay que ponerle nombre a esta tristeza

Hay que ponerle un nombre a esta tristeza
hay que ponerle un corazón,
un ojo de gato o de serpiente,
hay que ponerle un vestido
tacones
maquillaje
y sacarla a pasear
emborracharla
y cogérsela en una esquina
o en un motel de mala muerte.
Hay que golpear a esta tristeza,
darle latigazos,
enseñarle quién manda,
amarrarla a un poste eléctrico
o deshojarla en una tarde de septiembre.
Hay que saber que el mundo
es una telaraña o una sombra ancha
dispuesta a devorarlo todo,
a tragárselo todo de una bocanada
o de un zarpazo.
Hay que entender que las cosas
tienen un lugar geográfico, un nombre,
una textura exacta y una forma
y que dentro de esas cosas
está desnuda y en silencio
la tristeza,
como una corriente de aire frío
o el mar cuando se han dormido las olas,
como un conuco solitario,
un rancho de tabaco a oscuras
o Matanzas a las cinco de la tarde.
Hay que saber que la tristeza existe
como existe la casa, la tacita de té,
el reloj, el árbol, los recuerdos
o la fotografía de mi abuela
con una blusa llena de pájaros blancos
y una mirada que me hace recordar
a todos los muertos que ha tenido que llorar
mi pobre abuela.
Hay que saber que la tristeza no sólo existe
sino que también tiene su espacio,
su rincón en el interior de cada cosa,
su propia coloratura, sus exigencias
e incluso sus horarios
y que a veces uno se cansa,
se harta de tanta mansedumbre,
de tumbarse en una cama,
de tomarse un frasco de pastillas,
de pensar en sogas, en puentes
o en desahogos sentimentales,
y de repente uno se levanta
y dice coño
y decide cambiar el orden del mundo,
ponerle un nombre a la tristeza,
etiquetarla,
mandarla a la mierda,
y seguir hacia delante,
siempre adelante,
como el que va en un tren
o en un motoconcho,
aunque el vacío siga en el lugar de siempre,
aunque nada sea como antes,
aunque el amanecer sea luminoso,
aunque la tristeza jamás desaparezca.


Este poema

Este poema viene desnudo y transparente,
delgado como un hilo,
liviano,
imprescindible,
cotidiano como los enseres de la casa.
Este poema viene sin sexo y sin horas,
sin drogas y sin amigas,
de espaldas,
con cuchillos en sus fauces,
sin faldas y cigarrillos,
como un pájaro,
una caída
o un alumbramiento.
Este poema viene con latidos
y sangre,
dentro de un panal de abejas asesinas,
doloroso y nauseabundo,
salvaje y con pelos en las piernas.
Este poema viene de adentro,
trae la ingravidez del alma
y las rosas que dormitan en el pecho,
trae la tristeza en un frasco pequeño
y lo destapa,
y lo huele,
y se enamora de su fragancia lacrimógena.
Este poema viene del fondo,
se me escapó de un resquicio del alma
y ya no consigo hacerlo regresar.


Mata a la gallina

Llegó la hora de la enfermedad y de la angustia
el tiempo de los gusanos
la hora de los aullidos
de la sombra y las enredaderas
Llegó el momento de descargar la pistola
de matar a la gallina
Nadie podrá encontrarte
nadie podrá señalarte con el dedo
o condenarte
o vengarse por tu crimen
El velo miserable de la noche te protegerá
en ese instante
y todos los lobos estarán contigo
Así que lanza tu telaraña seductora
mete a la presa en el corral
engórdala
y cuando haya transcurrido
la estación de los crisantemos
cuando no haya luz, ni un caracol,
ni una descarga eléctrica en el horizonte,
mata a la gallina
destrúyela
mátala
mátala
mátala.


Testimonio

A lo lejos está el apartheid en Sudáfrica
y los miles de casos denunciados
A lo lejos están el humo y las cenizas
en el campo de exterminio en Auschwitz
A lo lejos están los sitiados en Leningrado
en la época del hambre y de la guerra
A lo lejos están los stukas alemanes
y los infiernos que iluminaron a Guernica
A lo lejos están los ingenuos que cayeron
en la interminable Guerra de Vietnam
A lo lejos están los cerezos de Hiroshima y Nagasaki
y las dos bombas redentoras
A lo lejos están los hutus y tutsis
y los bailes de machetes en Ruanda
A lo lejos está una isla en el Caribe
y la sangre taína seca bajo tierra.

A lo lejos está la mayor creación: el hombre
semejante a un volcán o a una daga.

A lo lejos canta una madre en la cocina
y el recién nacido duerme sin presagiar lo que le espera.

A lo lejos el poeta escribe del amor y de la rosa.

Allá abajo el implacable cocodrilo se burla de nosotros.


Lúgubre

Se ha hecho tarde.
Es hora de agrupar las pastillas,
de acariciar el borde del vaso,
de empujar con mi lengua el bálsamo
que silenciará este enorme vacío.
Nunca mis ventanas estuvieron tan blancas
como en este momento en el que la vida se agota.
Se me ha hecho tarde para hilvanar mariposas,
para encender la lámpara que está sobre la mesa.
Ya se acabó la leche fresca del gato,
ni siquiera cuelga la lluvia de los tejados
ahora que se chorrea el alma
por las grietas de mis ojos.
Se me han muerto todas las cosas:
el lápiz, el papel, los libros y la música.
Sólo ha sobrevivido mi mano a esta hecatombe,
mi mano donde se confunden las aguas,
la misma que le da los granos a esta gallina
hasta llenarle el buche de hastío.


Mi mano

Mi mano nunca siembra,
mi mano mata,
se suicida lentamente,
como la última nota de una marcha fúnebre.
Mi mano es un racimo de balas,
cuchillos afilados que cortan las venas,
pastillas que dan alas a la muerte,
corales rotos inundados de rocío.

* Nació el 30 de agosto de 1978 en Santiago de los Caballeros, República Dominicana. Escritora y periodista. Coordinó por varios años el Taller Literario Tinta Fresca. Ha recibido varios premios por sus cuentos. Ha publicado los poemarios De vuelta a casa (2002), Desnuda (2005) y Rosa íntima (2008).
En 2005 fue reconocida como la Vencedora Absoluta del XXI “Premio Internacional Nosside” que organiza el Centro de Estudios Bosio en Reggio Calabria (Italia). Sus cuentos y poemas figuran en varias antologías y han sido publicados por revistas y suplementos culturales de diversos países. Su obra ha sido traducida a varios idiomas.

El huésped

No recuerdo el día exacto en que llegó a casa. La casa grande, cerca del río, en San Isidro. Con mi hermana lo empezamos a presentir. Suponíamos que lo había traído papá. A veces creíamos que lo habían dejado abandonado en el jardín. Pero depuse se impuso, como un huésped más, de tantos que venían a casa. Se impuso cuando cerraron la puerta del cuarto de servicio, donde había un amplio placard dentro del que mi hermana y yo jugábamos a la cueva secreta. Ese cuarto en el que Sofía, de apenas cuatro años, pintaba con crayones, mientras yo leía historietas.

Al principio no supimos qué era. Imaginábamos un duende silencioso, acechando; acechando tras alguna puerta. Nuestra vida parecía normal. Lo único que nos diferenciaba de otros chicos era la cantidad de tías y tíos que solían pasar algunos días en casa. Cuando ellos estaban algo caminaba por la garganta de los mayores. Susurraban en vez de hablar. Se encerraban a conversar, y si de pronto mi hermana o yo entrábamos se hacía un silencio súbito. Si estaba papá levantaba una ceja y dejaba el mate o el pocillo de café en suspenso. En esos momentos se oía su aleteo .

Algo había en la casa que se podía palpar .Lo sentíamos Sofia y yo, mamá y también Papa. Vivir de esa manera era como vestir una túnica helada y nadie puede entender como es si no se la ha probado. Y aún después de probarla es difícil de contar. Todos habían cambiado. Mamá estaba más nerviosa, de pronto nos retaba y de inmediato nos abrazaba hasta cortarnos el aliento. O lloraba por cualquier cosa, al escuchar alguna noticia, porque papá volvía del hospital mas tarde de lo acostumbrado. Papá también
cambió y él que siempre nos explicaba todo comenzó a decir : no preguntes más o ya lo vas a entender Sofía empezó a llorar por las noches y a mojar la cama. O se enfurecía, porque mamá cerraba la puerta del baño para ducharse, entonces Sofía lloraba y golpeaba la puerta gritando : abrime , mami, abrime. No te vayas, mami. Y entre el llanto y los mocos aparecía el pis. Mamá la abrazaba, murmurando: no te asustes, mi chiquita, no te asustes. Recuerdo que Sofia me daba mucha pena. Porque desde mis siete años su temor parecía mucho más grande que el mío.

Y algunas noches la imaginaba durmiendo con eso, o que quizá la espiaría desde detrás del sillón o aparecería debajo de su cama y con una mano muy fría le apretaría el cuello hasta ahogarla o hasta que mojara nuevamente la cama.

A menudo nos enviaban a jugar con Manuel- el hijo de nuestro vecino. Teníamos la misma edad. Una tarde mientras jugábamos le pregunté si él tenía miedo. Contestó que sí. Que por las noches. Que él creía que el miedo salía a dar vueltas por las noches. Que a veces te podía esperar con ojos refulgentes en medio de la oscuridad o dentro de un placard. Esa misma noche , cuando todos dormían , fui a la habitación de Sofía y me acosté a su lado. Juntos. Como cuando erramos chiquitos y nos ponían en la cama grande de los abuelos .Pero no siempre podía ir hasta el cuarto de mi hermana, porque a veces sentía eso parado cerca de la puerta. Su sombra enorme, enorme. No me dejaba pasar. O sentía su respiración , pegajosa, resoplándome en la nuca. Entonces era yo quien se despertaba llorando. Ahogado. Mamá entraba en mi cuarto y mientras me calmaba le decía a papá : son pesadillas , son malos sueños. Pero papá contestaba: no, es el asma.

Nos gustaba ir a jugar a lo de Manuel. No sólo por las hamacas que había en el jardín, sino porque su papá , que era aviador, poseía una colección de aviones en miniatura. Los días lluviosos nos permitían jugar con ellos. Recuerdo en especial una tarde en la que el papá de Manuel estuvo un largo rato con nosotros. Nos explicó las diferencias entre los modelos y nos preguntó, a Sofía y a mi , si nos gustaba volar. Sonriendo cargó a mi hermana sobre sus hombros y nos prometió que un día nos llevaría en un vuelo. Cuando el cielo estuviese claro. Sin nubes. Y qué pequeñita veríamos la ciudad de Buenos Aires y que ancho, ancho era el Río de La Plata visto desde lo alto. Y que si el cielo estaba muy, muy claro- agregó- se nota donde el río se une con el mar. Y recuerdo a Sofia. Riendo sobre los hombros del papá de Manuel y pensé que ella debería creer que si volábamos muy alto dejaríamos abajo las pesadillas y los aleteos extraños.

Una mañana mamá nos despertó muy temprano. Agitada. Mientras peinaba a Sofía nos dijo que nos íbamos por unos días al campo, a casa de los abuelos ..Que no me preocupase por las clases. Que me vistiera rápido. Que no , no podía despedirme de Manuel. ¿ Y papá? ¿Y papá?. Se había quedado a dormir en el hospital porque el tío José había tenido un accidente. Que luego iría para el campo. En unos días. Cuando nos sentamos a la mesa algo punzante y helado se sentía en cada sorbo de café con leche. Estaba también en las manos de mamá, que temblaban levemente, cuando le alcanzaba galletitas a Sofía. Yo miré los bolsos, ya listos, y supe que aquello innombrable estaba guardado, como un frío pañuelo blanco, entre cada una de nuestras prendas.

Cuando la casa fue quedando atrás tomé la mano de Sofía y pensé que quizá ahora no iba a mojarse más la cama. No. En la casa de los abuelos no. Todo volvería a ser como antes. Como antes de la llegada de aquel huésped de quien no sabíamos el nombre.

Y esta noche mientras mi hija recién nacida duerme junto al pecho tibio de mi mujer, veo aparecer en la pantalla del televisor al papá de Manuel. El papá de Manuel que llora. Casi babea. Mientras relata que el manejó aviones sobre el Río de La Plata y se disculpa diciendo que él solo manejó los aviones. Yo no tiré nunca un cuerpo- agrega- nunca un cuerpo. Y lo repite una y otra vez.

Entonces pienso en mamá, a la que algunos creían loca, como la Ofelia de Shakespeare, arrojando claveles rojos al río, para los cumpleaños de papá. Y pienso en Sofía, que nunca quiso volver a Buenos Aires. Y siento otra vez , en mi nuca ,la respiración del miedo. El miedo. El llanto y las manitos moradas de mi hermana. El asma. Y vuelvo a observar el rostro tenso, los ojos vidriosos del padre de Manuel. Y comprendo que el miedo está allí. Sentado con ese hombre que llora. Casi babea .

* Escritora y traductora. Ha obtenido numerosos premios literarios, entre ellos, el Primer Premio Nacional de Narrativa en 2007 (por este cuento) y el Primer Premio del XVI Certamen Nacional de Cuento en Argentina. Es autora también de los poemarios "Mandala", "Espejo de los días", y "El Metabolismo de la lágrima". Recientemente obtuvo el Premio de la Editorial De los Cuatro Vientos, por su poemario "Hechicera empurpurada". Sus poemas han sido traducidos al búlgaro y al catalán.

Mujer negra

Mujer desnuda, mujer negra
Vestida de tu color que es vida, ¡de tu forma que es belleza!
He crecido a tu sombra, la dulzura de tus manos me vendaba los ojos.
Y de repente en el corazón del verano y del mediodía, te descubro tierra prometida desde lo alto de un alto cuello calcinado
Y tu belleza me fulmina a pleno corazón como el relámpago de un águila.

¡Mujer desnuda, mujer oscura!
Fruto maduro de carne dura, sombras éxtasis de vino negro, boca que hace lírica mi boca
Sabana en los horizontes puros, sabana que estremece en las caricias fervientes del Viento del este
Tam-tam esculpido, tam-tam tenso que ruge bajo los dedos del Vencedor
Tu voz grave de contralto es el canto espiritual del Amado.

¡Mujer desnuda, mujer oscura!
Aceite que ni se arruga ni sopla, aceite calmo en los flancos del atleta,
En los flancos de los príncipes de Mali
Gacela en las relaciones celestes, las perlas son estrellas en la noche de tu piel
Delicias de los juegos del espíritu, los reflejos del oro rojo sobre tu piel que se tornasola.
A la sombra de tu cabellera, se esclarece mi angustia en los soles próximos de tus ojos.

¡Mujer desnuda, mujer negra!
Canto tu belleza que pasa, forma que yo fijo en lo eterno
Antes que el destino celoso te reduzca a cenizas para nutrir las raíces de la vida.

* Traducción de Abdoulaye Wade (Dakar – Senegal)

Error de sistema

Hoy me pasó algo extraño. Encendí el ordenador y no apareció el error temp2.exe, el que me amenaza siempre con destrozarlo todo. Reinicié y el error seguía ausente. Abrí un programa y esperé. Nada. Así que fui un poquito más allá y empecé a eliminar temporales, esos desconocidos que siempre andan ocupando memoria y tentando a desobedecer las órdenes de los informáticos... Borré y borré sin contemplaciones, pero nada, ninguna advertencia de Windows. Volví a reiniciar y él seguía funcionando con un par de co...mandos. Desesperado, toqué todos los cables y miré al monitor, por si reaccionaba, pero el ordenador seguía en sus unos y ceros, sin inmutarse. Entonces, me hizo un guiño que se convirtió en su mirada fija y desafiante de siempre. Así que yo, que no podía perder ni un segundo más, y que se me estaba haciendo eterno el proceso, le pegué un puntapié en plena CPU. Dos patadas después ya no funcionaba, pero me había quedado colgado en esa acción: patadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadap atadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatadapatad

* Artista audiovisual y escritora. Parte de su obra se puede ver y leer en su blog.

A Chica desde el Psiquiátrico

Necesito a Chica en mi vida.
Pero qué sabe Chica del naufragio \con el que se vive acá adentro.
De todos los declives de la zona \los marsupiales \las arañas en los candelabros.
Ésta cama obligada \como en penitencia \y la otra habitación que también tiene cama
Y vive Bob \o vivía. Qué sabe Chica de lo que le pasó a Bob \el día que le suministraron
unas cuantas dosis \más altas \porque el médico dijo que Bob gritaba \acá están todos locos, menos yo.

Mi corazón ya no es un \corazón. Eso tampoco lo sabe Chica. Ni la breve causa \o diagnóstico \de que esto es \irreparable. Y aunque me visiten \los días sábados a las \4 PM \mi corazón ya no es un \corazón.
Ella deberá comprender que \vivo \que no vivo \que acá siempre es de \noche. Que me \babeo \la mayoría de las veces. Que el \Alopidol \hizo que mis ojos sean \opacos como el \mármol.
Opacos y \negros \como cuando ya no se tiene \corazón.


Poema 1

En el poema
las tijeras indagan lo inverosímil
del cristal que emboza el verso

el filo proyecta imágenes y solloza
el cristal que cae de sí mismo

cuchillos
se afilan a medianoche
pronto a desnucar el poema
lapidando las palabras
de un Dios crudo que me ha creado.


Trabajos

*
hice de mí una subsistencia en la silla
por miedo al vértigo

sólo espero la noche para
la ceremonia inexorable
de vivir masticado por lobos

*
heme aquí
asustado
y enmudecido
ante la contingencia
del lenguaje

*
Arrastro en mi espalda un hijo muerto
que no lloren por él
que no se desvelen
yo madrugaré días y noches
hasta que su inamovible cuerpo
sea un gesto ideal de mis sollozos

*
convertir mi cuerpo
en una manzana mordida
en un bosque sin lobos.


Paranoia

Y siguen las voces
las figuras después
de la mansalva.

Me persiguen las cosas cotidianas
y huyo por el camino más estrecho.

La guarida de mi memoria
se espanta de lo que somos:
una aritmética nula de lo que
queda de un hombre.

* Poeta argentino nacido en Rosario en 1988. Han sido publicado diversos poemas en “Poesía Viva” (Rosario, Argentina 2009), en la revista “Viva la Palabra” (México 2009.) y “Cinosargo” (Chile 2009.) Este año fue galardonado en el concurso de Varadero, Cuba “Poesía de amor varadero”. Actualmente está trabajando en un libro inédito que tendrá el titulo de Drama.

Sobre los autorretratos en el infierno (2)

« Vamos a pasar por un pasadizo subterráneo, pero lo que te interesa a ti es conocer. Puedes tener confianza en tu guía. Tienes mis palabras para acordarte. Tu baza es que eres como eres. No tengas miedo. Mucha mierda, mucha podredumbre cae desde el techo. El mundo de las ideas nos tira sus basuras, sus huesos o mendrugos = haremos como si fuese maná. A pesar de que estoy hecho como de silencio, me he hecho para ti, esta noche, de palabras. Mira tu mujer, allí, bañándose… »

Berthe, en la gran extensión de la cueva, es vista al fondo nadar en un lago sin riveras.

El espacio de este taller es el de un mundo subterráneo, pero suspendido en relación a cierto fuego, ES CICLOPEO. Es ciclópeo y supone una extensión como la de una sartén que hubiese cubierto los Campos Elíseos. Sobre la superficie de esta sartén saltamos, vamos y venimos, mi antepasado, mi amiga francesa, y yo. Sus telas están pintadas con grasa de cocina, con petróleo, mierda, orina. Las hay que figuran las vírgenes de yeso cubiertas de pelusa y de cenizas de volcán, esas a las que él reza y que coloca al lado de los budas chinos y de los bustos en oro de Camarón de la Isla.
Decidimos que vamos a explorar el taller.

Paso la puerta del Este. El fondo de sartén es constante.

El espacio es inexplicable. Encuentro un personaje con la mirada diluida. Se viste de armiño. Camina descalzo. Nos ponemos a hablar. Me señala seis mujeres que montan guardia alrededor de una gran estatua de un hombre cubierta de plumas multicolores. Creo reconocer en sus rasgos a Marcel Duchamp, aunque se podría pensar también que es Lévi-Strauss. Es ese tipo de espacio absolutamente opaco de los bares que imitan a las bibliotecas. No experimento ningún impulso de leer esos libros.
He maldecido este lugar, me dice.
Pero ¿Por qué ?
Vea, ya lo he leído todo, en esta gruta…
Me muestra un pequeño papel en el que ha debido abocetar alguna cosa.
Tome por ejemplo el primer libro al azar que saco : El círculo de la sabiduría : si bien su teoría o tesis de base es osada e interesante, a saber, un origen mediterráneo de los mandalas tibetanos, via el gnosticismo cristiano y maniqueo que hace la ruta de la seda, por mucho que la estructura diagramática de estos préstamos sea aún más escrupulosamente remitida a un origen clásico, griego y judío en un libro del mismo autor que he encontrado colocado al lado : Filósofos griegos, videntes judíos, bien que esta tesis osada, forjada previamente en el estudio del arte de la memoria de Giordano Bruno, no sea más que el pretexto para desplegar en complejas y eficaces estructuras diagramáticas los datos actuales sobre las diferentes escuelas del gnosticismo y bien que su lengua española alcance grados de elegancia y de sutil riqueza desconocidos en ese país desde Gracián, sigo pensando que no ha sido útil sino para justificar pérdidas de tiempo. Compré los planisferios del Cielo en metal en el Louvre, para seguir en todo instante las connotaciones astronómicas de los momentos de mi lectura, concebí la idea de elaborar una nueva Divina Comedia en concordancia con la gnosis antigua y empleé años en la construcción del Cosmos… Ocurre en la escritura como en el dibujo. Se prevén los movimientos que deberán hacerse. Después, hacerlos como cosa sabida. Así que seguí mi natural lúbrico y habiendo ampliado mis conocimientos conté una historia de burdel que nadie ha querido escuchar y que me ha hundido en el desvalimiento…

Me parece bastante penosa y triste, su historia, contada de esa forma, iba a decirle. Pero se acercó todavía más a mí y me susurró al oído:
El eterno femenino nos agota en toda esta gimnástica erudita.
Somos seducidos por la mujer prohibida.
Se nos conduce a ideas de santidad que nos vuelven inútiles.

El verdadero Edipo no es tan fácil… Tome el libro de Nahal Tajadod que se separa de los otros de una forma radiante y misteriosa : Mani, le Boudha de Lumière. En los otros ella hace pastiche, docu drama, pero ahí, gracias a los artificios tipográficos de una obra más académica, se muestra extrañamente seductora : ofrece esquemas, listas, traducciones, un catecismo maniqueo que ocupa en caracteres chinos una buena parte del libro, el resplandor de la ocasión de conocer una religión tan mal conocida, que fue la del joven San Agustín y que volvemos a encontrar mezclada al taoísmo y al budismo en China, la fama de revolucionarios de los maniqueos, que a través de los siglos llega incluso a mayo del 68… Todo ello habría quizás bastado a hacerme discretamente interesado en su lectura. Pero nunca la letra se presenta sin su obsesionante feminidad.
Una tía muy querida me procuró el libro, haciéndolo llegar por correo. Lo coloqué ahí, con los otros.

Bienvenido al mundo de las tías, interrumpo. Yo tengo una también, muy querida.
Si fuera tan simple… Pero yo debía la nota a un deseo adulterino. En esa ocasión las mujeres se multiplicaban alrededor de mí cada vez siendo más eruditas. Yo vivía con una poetisa que estaba embarazada de mí, vamos a una fiesta al barrio antiguo, a casa de un escritor, y una joven parisina se presenta a mí ofreciéndome sangría y hablando de patrística, que es de hecho mi asignatura más secretamente preferida.
Uno o dos años transcurren en diálogos a tres, después a dos cuando cada vez mi poetisa se duerme con el bebé, en el otro cuarto. La persistente presencia en mi espíritu de esta parisina, cuya belleza física es incluso más abrumadora que la extrema erudición. Vierto todas mis angustias en cartas a mi tía, contándole el parecido de esta parisina y de ella más joven. El libro llega. Me siento provisto de todas las mujeres que amo, y además de la autora a la cual atribuyo los mismos encantos físicos de las otras tres. Mi pareja estalla, la parisina enferma de una extraña melancolía, mi tía también. Cambio de ciudad varias veces y me vuelvo adicto a dosis patológicas de café.
Yo reputaba al café ser una quintaesencia alquímica, una suerte de oro potable, de obscuridad, de luz, pues, hecha nutriente del alma, la dieta maniquea más actual : de hecho, el café ha sido, incluso con la fuerte ansiedad que me inducía, una especie de fuerte antidepresor que me sostuvo como un fantasma en ese desastre.

Me parece, deslicé, que todo eso es culpa de usted, y no del libro…
Coja usted otro, poco importa, y verá a lo que quiero llegar…

Esbozo un movimiento hacia la estantería, pero enseguida el hombre se interpone para cerrarme el paso.
¿Conoce usted al poeta andaluz José A.Valente ? Mi parisina nos había enviado en otra época libros de él, añade como de paso.
Por supuesto. Me parece que fue, digamos, apadrinado por el cubano Lezama Lima en los años 70, hago ademán de comenzar a desgranar mis conocimientos sobre Valente.
Y bien. ¿Ve usted la estatua con las seis mujeres ? Usted creyó probablemente que representa a Marcel D. o a Claude L.S., pero yo pienso que es Valente.

Guia Espiritual de Miguel de Molinos. Para una de sus ediciones, la de Seix Barral, Valente habría escrito un prólogo titulado Ensayo sobre Miguel de Molinos con cierta cantidad de detalles sobre la polémica y el proceso que condujeron al autor a las prisiones de Roma. Pone el quietismo de Molinos en relación con el budismo zen, y se leen con intensa delectación esas pocas páginas sobrias y violentas.
Es un libro purpúreo, sellado de los delfines de S.B., protegido por una camisa de celofán, guarnecido de una banda con slogan sensacional del tipo de edición propia al Destape, como se llama en España el fin de la censura franquista.

El hombre parece súbitamente soñoliento o borracho, a sus ojos asoman las lágrimas, y como blandamente se reposa sobre mí, su mano temblorosa en mi nuca, y me dice que sea bueno, que no olvide ni descuide las tareas domésticas, incluso si hace falta fregar los platos o barrer en la noche, airear la casa…

Hay un Arte que es reconocible, poco importa el contexto.
Piense en todos esos buenos alumnos de la librería Praga.

Qué angustia de comprobar que el Arte está en todas partes…

Una figura asombrosa se acercó a nosotros, la cabeza y los hombros cubiertos de movientes y grises ratones. Estaba vestido de cura, era rubio. Tenía las manos levantadas a medias y volvía sus palmas hacia nosotros, haciendo figura de abanico. Pero las escondió tras de sí, se enderezó más y empezó a cantar marcialmente. Cantaba de hecho marcialmente nada menos que versos de San Juan de la Cruz. Me puse de rodillas y sobre un papel dibujé lo que estaba viendo. Volvió a sacar las manos, aparentemente para que pudiesen ser dibujadas. Y cerró la boca, para que saliese cerrada.

Se me aparece que mi alma está haciéndose freír en aceite, en esta sartén del reverso del mundo. Son sensaciones esquizofrénicas, dirán ustedes, pero son las operaciones sufridas por la cosa del arte. Siento, en una especie de experimentación de la creencia, que el núcleo de mi alma está ahí, en la mirada que portan esas sombras y figuras. Los árboles subterráneos y los eternos crepúsculos de lava, los cantos de dolor de las estatuillas, la llegada del juez presentida por una ola de viento rancio. Desde la puerta del jardín se percibe una fábrica anticuada. Son las fraguas de Vulcano, Hefaistos hace las coronas de hierro de los grandes animales del zodiaco, las cadenas de las lectoras de horóscopos y los aliños de los artistas afeminados o demasiado machos. Trabaja solo, no hay muchacho, solo una embriaguez con mirada de plastilina y botellas medio vacías de agria y oscura Ambrosía.
Su armamento es cosa mentale, todo está en el coco, según lo que él cuenta, pero su deformidad es bien real.

Cómo no es histérico el buen gusto de la mitología… Cúantas experiencias vacías… Vulcano es burócrata. El es el Demiurgo y son sus diccionarios los que hay que denunciar, las cadenas de la ideología… Frente a los vivos, este Muerto de los Muertos grita anatema, a los supersticiosos… Y para la putrefacción de sus Muertos habla de ocios…
Me parece que mi alma se está haciendo freir al óleo, cuando recojo los trapos manchados de pintura, las botellas de disolvente y los ceniceros. Delante del cura. Pienso que ha salido de la fragua. Pero no tengo ninguna evidencia. No adivino su edad.

Tú me ves, dijo, rubio, vestido de sotana y cubierto de ratones. Pero soy un espíritu. ¿Sabes que es el demonio el que te muestra, con su letra indocta, quién soy ? ¿Sabes que soy Miguel de Molinos ?

Las oscuridades, las ilusiones ópticas, el aburrimiento, tantas experiencias de la perplejidad, de lo diabólico, convertidas en ejercicio ascético purificador. No se puede entender a Dios, como conocimiento, sin el contraste que da el diablo, y la visibilidad o invisibilidad demónicas. Miguel de Molinos recoge del suelo un libro blanco con un dibujo tachista en sepia. Sobre la naturaleza de los dioses, de Cicerón.

Qué libro más espiritual…

Y coge otro, blanco igualmente con una reproducción de una bandeja griega. El libro de la interpretación de los sueños. Artemidoro de Daldis.

Según Santiago Montero en su libro Diosas y adivinas, Artemidoro escribió su onirocrítica desde una posición reaccionaria, totalmente programada desde instancias de poder, para atacar a los intérpretes de sueños un tanto subversivos que seguían un método tradicional basado en Ptolomeo, menos mecánico que el que él propone. El método de Ptolomeo sería feminista o protofeminista, y el de Artemidoro puritano y machista.
Por mi parte, como juego textual, la aberración de toda escritura reaccionaria me ha resultado siempre estimulante en su monstruosidad, en la medida que hace adivinar una realidad que es negada, pero esa disposición mía puede ser la de aquel que ha estado expuesto a fuertes irradiaciones ideológicas.

Plutarco, « Obras morales y de costumbres ».

Su tratado sobre Isis y Osiris es el mejor libro devoto que he leído, aparte de mi Guía espiritual. Por otro lado Plutarco es más claro que Plotino, Proclo o Jámblico, y es ideal para un pintor vitalista como tú.

Sexto Empírico, « Hipotiposis pirrónicas ».

No quiero opinar hasta no saber lo que ha escrito sobre los escépticos Ignacio Gómez de Liaño. En un tomo de su libro que no ha caído en estas grutas.

Charles Mopsik, « Les grands textes de la cabale ».

Un libro gigante y muy serio, como exige su temática. Mopsik tiene una visión más cercana al estructuralismo francés que la de Scholem, lo que da una particular monumentalidad a su obra. No exento de conexión con los libros que venimos viendo. = De Scholem tengo una edición francesa La kabbale et sa symbolique. Confieso haber leído el capítulo sobre el Golem pensando que lo podría aplicar paso a paso a mi práctica de artista. Sin comprender que el lenguaje habla a la cabeza y no a las manos.

Virgile L’Eneide. Merece la pena leer la traducción de Pierre Klossowski, por su lenguaje híbrido de latín y francés, tanto en el léxico como en la sintaxis, que muestra como se puede transgredir la sacrosanta gramática para descubrir un lenguaje mucho más importante que el de los diccionarios académicos.

Ignorancia hecha diamante o sueño imposible, me veo conducido a una playa nubosa donde una mujer desnuda me mira desde las olas. Estoy recostado y veo su pubis en la espuma, triángulo que yo querría pintar como verdad abstracta. Es la superación de Mondrian y el rectángulo, no ya la onda rígida del cuadro sino el cálculo puro la visión, la localización de las oscuridades de la pura visión. Entro en un pabellón donde pinto ese pubis en un lienzo contra el muro, solamente pubis y resaca matinal. Después me tumbo con el balcón abierto en una estera y mi mano vagabunda alcanza unos libros apolillados y envueltos en pergamino. Me encuentro en Cuba, en una Cuba desierta del fin de los tiempos, sin pobladores, sin sonidos. Los libros son los únicos «seres». Observo el contenido y los títulos. La dedicatoria presenta al autor como Luis de Góngora y Argote y estos tomos como la edición de su tercera y cuarta soledades, escritas en la isla. En medio de las pescadoras y nereidas carnales, se adivinan los amores de infancia del autor. Como un signo del cielo reconozco entonces a Ginebra un año mayor que yo en la mujer de la playa. Un misterioso zombi llama a la puerta del jardín para avisarme de que me tengo que presentar en un examen sobre el Barroco. Una vez hice un examen así en una piscina. Se trataba de esbozar entre dientes una visualización del Universo y de todos los pensamientos. Desde el trampolín comienzo la descripción de las columnas que sostienen los trópicos y describo el giro del axis mundi como la monda de una dorada naranja que se deshace en el fango incorpóreo de la eternidad, girando hasta caer en su propia mismidad. Se me pregunta entonces por unos altavoces, para evitar el secreto, qué diferencia el Orlando Furioso de Ariosto y la Reina de las Hadas de Spencer de nuestro obsesionante Laberinto de Fortuna. Me sumergo para que las burbujas hablen al ángel de las dudas, para que las burbujas le digan de una vez la diferencia entre uno y otro libro. La diferencia, parezco decir, es la caprichosidad que hace de Spencer un balbuceo y de Mena un grito. En la isla desierta busco y grito como en un sueño, después de haberla urdido con el reposo de mis facultades. Para que el Laberinto de Fortuna no nos pierda o acapare, podemos vacar del universo en el falsete femenino de la Reina de las Hadas.
Las olas en su énfasis sobre la arena dicen la circularidad de todo gesto cósmico o moción del espíritu pasado. El antiguo universo es familiar como el mar. Las triangulares amazonas, y sus hijas, que nunca quisieron otra cosa. Las amenazadoras reinas que siempre estuvieron vestidas de pieles. Hemos dado en un cosmos que está desertado por la mujer, en su inmenso órgano sexual la diosa se ausenta y los héroes bailan en un desfile grotesco que sólo habla de trascendencia. Sólo se habla en el universo de cosas que dan nostalgia, porque ya no existen y de las mujeres brota como una existencia inefable la condición de que podamos hablar.
He querido volver en la máquina del tiempo a mi infancia y ser de nuevo un muchacho serio, concienzudo y de buena conducta. He querido rescatar la alta edificación del pudor, la curva que evita la caída. Poder dirigir mi palabra a los seres sutiles que han conservado los modales. No quedar postrado ante la máscara, por no poderla portar.
He aquí por qué es necesario que delimite el universo. Desde el caos que era de muchos tonos cromáticos y abundante en sombras, con picos y salientes en toda su bombeante piel. Desde el nacimiento patológico del Cielo, como garante o condición de lo elevado. Duelo de nacer. Fiebre que invita a callar, poderoso silencio que anuncia el sentido. El cielo que será a su vez despojado de toda satisfacción en su garantía por causa de defunción. El cielo que anuncia su indisposición con un tomar distancia, con un abstenerse o suspense. Y de quien se genera el movimiento hacia el alma, ya que como padre es transitado siempre perpetuamente. No tendencia al padre, sino transitación del padre para la identidad.

Jane, la mujer liberada, acompaña con chasqueos de lengua, con su horizontal desnudez, mis respuestas en este examen. Hago lo mejor que puedo. El tribunal me indultará de la tarea de tauromaquia interior que me atormenta. Avanzar respuestas sobre el Barroco se hace a través de cualquier definición que yo de de la realidad o del Mundo. De paso el Barroco incita a hablar del Tiempo. De los Tres Momentos de todo tiempo. Y el sueño de Jane es tiempo de la alta mar. Un flotar o nadar hacia lejanos barcos o islas, en la mayor simplicidad. Un buscar la protección de cisterna o estanque para nuestro naufragio.



Las olas: que interpretan un quatuor de Reynaldo Hahn mientras se diluyen en la conciencia.
Las olas en off.
Las olas
más tarde
en stand-by.

Las olas siempre como caballitos cachondos. Vengo a la playa a escribir, como los genios.
El luto de cerámica que tienen las tetas blancas desde la terraza.
Con el agua que asedia lagrimosa la Tierra, desde las estrellas, se hacen los collares de espuma de una y otra diosa. La Urania, cuya elevada educación la abandona a ser morada de las marítimas águilas, las mentes imperiales que solamente conocen el vino gris de la filosofía natural. O bien esa otra bañista que también se lanza al ataque, y que asperja de barro nuestro fluvial reposo.
Ambas son círculos de escudo en el torso de Juno. Luna doble o Sol morganático, el aire es territorio de los torneos entre fetiches, entre la mujer y el joven.
Infatigables, las violáceas musas atacarán una tras otra. Como si toda su existencia se actualizara en esos asedios repetidos, como mecánicos. Es necesario para la sucesión del tiempo. La imagen es siempre la misma.

La pintura es una mónada extensa

La pintura
procede en las zonas
y procede por capas en la hondura del punto


El proyecto de pintar una “marina”
Con arrepentimientos.

* Manuel es pintor y escritor granadino residente en París (Francia). Puedes descargar su novela Pleroma aquí.

Dorsales

I

sólo hay un sol en el cielo
tu espina dorsal libre de atuendos
el tiempo y el espacio son ilusiones constantes y compartidas

-hemos encontrado el centro del universo entre canales venecianos-

los edificios se destrozan de belleza cuando no hay astros a la vista
relucen vivos y sexuales contra la noche
los relojes bailan desesperados

-amo este instinto loco de supervivencia primaria-
-amo las noches despojadas de virtudes-

cirros rojos de madrugada incendian la ciudad latente
millones de pulmones cantando al unísono
cadenas de montaje orgánicas de perfección calculada

el futuro se adueña
el acero se adueña
corren ríos de carne empotrada contra el asfalto

respiramos bombeando azufre

los falsos ídolos se contonean apetecibles

tu mano peca
tu mano ha sido corrompida
-callas con el silencio de las estatuas-

la paranoia acelera tratando de aprehender el mundo
de sentir el mundo
de ser poseedora de las verdades del mundo

la cordura se despeña frenética
in crescendo hasta el vacío

adoramos la nada con violencia de mercenario


II

no tengo mucho tiempo.
hay tanta nieve fuera que un canguro trepida inquietante plasmando noches cerradas en la ventana. boxea boxea contra nosotros dos y tú te pierdes en una ducha eterna vas con el coche adivinando un camino apostrofado hiriendo abetos. oh sí dormir entre tus brazos es todo lo que quiero es todo lo que pido quizá también puedes acariciarme el centro ideológico-neurálgico un par de minutos para hacerme la mujer más feliz.
camino con una gabardina por un mundo de posguerras personales y me llamas cariño me miras con tus ojos azules de mañana y tu pelo tan suave que parece el líquido que da vida y belleza al mundo.
suenas resuenas tanto tú a veces entre estos no-edificios blancos por el frío y el espanto ante la soledad, y estática yo te observo volver al útero gritando una sonrisa eterna lamiéndome los hombros con tus manos de roble y tu cintura de abedul.
dame más siempre
dame más siempre
dame más para siempre

soy tuya.


III

las líneas de metro en colapso longitudinal
cae el lunes de mañana con aguacero de indiferencia
/regusto amargo de resaca condescendiente.

canta una niña te quiero en la esquina,
pura y maravillosamente adolescente.

tumulto de maletines y escaleras mecánicas
ruido semanal primario
(susurra: el horizonte a pasos lejanos).

ejecutivos de clase alta preguntándose por sus orines.

es bella esta gris mañana.


IV

54°25′S 3°21′E
La dorsal mesoatlántica se separa sesenta
milímetros al año;
se abre agudizando el más acá.
Sesenta milímetros periódicos
de ascensores que permanecen abiertos seis segundos
de más en continentes
distantes
- distintos tonos de blanco -.

Chorrean sedimentos en la dorsal,
sus piernas se separan inertes;
la roca joven es ya un monumento efusivo.

El curso de la vida es irremediable.

Sé que morirán sin pereza en la isla Bouvet.
Cada pie inmaculado a un lado del Atlántico.

* Poeta, intérprete de conferencias y se dedica a las redes sociales online. Lleva 4 años escribiendo y en los últimos meses se ha centrado principalmente en la búsqueda de nuevas formas poéticas mezcladas con la performance. Forma parte de la Generación Blogger definida por David González. El hecho de haberse visto en contacto permanente con distintos idiomas hace que trate de incorporar en sus poemas una visión "cosmolingüística", apostando por la mezcla de lenguas y las asociaciones imprevistas en un contexto marcadamente influido por el surrealismo y la poesía beat.

También leen

Cuánto tiempo hacía que no escribía en mi diario. Tantas veces he pensado en hacerlo que ahora, al volver y leer lo último que escribí, parece que alguien me haya robado páginas. Páginas o años de mi vida, porque lo último que pasó, según lo escrito, fue la muerte de mi hermana. Casi no me reconocía, leyéndome. No recordaba ya aquella sensación de ahogo y soledad que me cayó como una losa pesada cuando ella se marchó, como si la tierra me la estuvieran echando también a mí, a la cara, cubriéndome la boca poco a poco, después los ojos, respirando arena y asfixiándome en mi cuarto. No recordaba todas aquellas sensaciones de tristeza porque me pasé muchísimo tiempo intentando olvidarla, intentando borrar de mi mente cualquier cosa que me hiciera pensar en ella. Hasta que lo conseguí. A veces dudo incluso de si alguna vez Ali existió o yo la inventé para desinventarla luego, de tanto que he enterrado su memoria a lo largo de todo este tiempo. En las largas temporadas en que Ali no viene por aquí, lo dudo de veras, me tambalea su recuerdo en la mente, pero siempre vuelve a recordarme que una vez ella estuvo viva. He empezado a revivir la soledad a la que me había sobrepuesto gracias al odio hoy mismo, rescatando viejas páginas escritas. No sé cómo nadie lo advirtió en mis ojos, todo lo que escribí entonces, este diario es el desgarro de una niña, ojalá pudiera consolar la Raquel de hoy a la Raquel de entonces, me abrazaría tan fuerte que me haría daño.

Solía escribirle cuentos. En un principio lo hacía para ella. Se pasaba el día entero encerrada en su cuarto, tan oscuro todo, tan cerrado por ese frío que sólo sentía ella, y me daba pena. Así que cada noche abría mi cuaderno e inventaba una historia para ella, para que soñara con otras vidas, para que se olvidara de esa cama y de esas mantas que mamá le colocaba para las vecinas más que para ella. Eso hacía en un principio, en las primeras semanas de sus fiebres. Después ella enfermó más -o eso dice mi madre- y se dormía siempre. Parecía que lo hacía a propósito, siempre empezaba a cerrar los ojos cuando mi voz presentaba una escena importante, cuando parecía que me iba a comer el cuaderno con los ojos, se dormía. Es que no lo soportaba, ni lo soporto ahora tampoco. Mi madre siempre me decía que la dejara en paz, que no se lo tuviera en cuenta, pero es que estoy casi convencida, y de ahí creo yo que nace todo mi odio hacia Ali, de ahí y de asociarla a mi soledad y a esa sensación de asfixia por la arena, casi convencida de que por no decirme lo mucho que le estaba gustando, se dormía. Cerraba los ojos pero le temblaban los párpados, lo recuerdo, eso era porque estaba despierta, como esas veces que intentas dormirte y acabas persiguiendo con los ojos todas esas manchitas azules y naranjas que hay bajo el cielo de las pestañas. Eso hacía ella, se entretenía con los ojos cerrados, esperando a que yo me diera cuenta y dejara de leer, todo por no reconocer que le gustaba mi cuento. Ella también escribía, pero casi no le salía la voz, apenas un hilito muy pequeño para decirle a mi madre que tenía sed, así que nunca pudo leerle sus poemas a nadie, por eso no quería escucharme, tan egoísta como siempre. Así que en un principio pasaba eso, que lo hacía por ella, después, cuando me di cuenta de la envidia que me tenía, lo hacía por mí. Cuando se murió estuve mucho tiempo sin escribir. Porque, aunque lo hacía porque me gustaba y porque intuía que lo hacía bien, me faltaban sus ojos cerrados, su boca seca, su cara enferma disimulando.

Se murió porque ella quiso, porque no luchó, mis cuentos le hubieran dado fuerzas, si los hubiera escuchado, si me hubiera dejado acabarlos. Nunca me tomó en serio, yo era muy pequeña para ella, no me hacía caso. ¡Es que me tenía manía! Yo lo sé, no se lo he contado nunca a nadie porque todos la defienden siempre, sobre todo mi madre, te lo cuento a ti ahora, diario, me tenía manía, de verdad que lo sé, no me cabe ninguna duda. Es pensar en ella y tener esa certeza. Cuando estaba a punto de morirse, me dio el cuaderno en el que escribía. Me pidió que lo quemara cuando faltara, que no lo leyera sobre todo. Yo sé que lo que quería en realidad era que sí lo hiciera, quería demostrarme que ella también sabía escribir bonito, aunque no pudiera leerlo. Ali era una egoísta, era la más egoísta del mundo, y lo sigue siendo ahora, después de muerta. Me dio aquellos poemas tan tristes pidiéndome con la boca chica que los quemara, y lo hizo para que yo sufriera, para que sus palabras retumbaran para siempre en mi cabeza, para que su dolor fuera también el mío, para que siempre rondara por aquí su espíritu conformista. Me muero y me voy a dejar morir. Aquellos poemas eran horribles, no le importaba morirse, le daba igual la vida, le daba igual yo, porque ella sabía que me quedaría sola y le daba igual, prefería morirse. Y me dio su dolor para que me hiciera compañía, para que enfermara con ella. Durante mucho tiempo los leí y creí que me volvía Ali, que me entraba también la fiebre contagiándome de sus letras. Una y otra vez, una y otra vez, recordándolos, recitándolos, algunos me los sé de memoria, no tenía silencio nunca, siempre esos malditos poemas.

Cuando yo me puse enferma con aquellos versos, que fue poco después de que Ali muriera, mi madre no me cuidó tanto como a ella, saltaba a la vista, cualquiera lo habría notado. Yo cogía las mantas y me las ponía encima porque tenía frío y mi madre venía, llorando, y me las quitaba, me decía que dejara de jugar, que con esas cosas no se debe hacer teatro, que mi hermana lo había pasado muy mal y que debía tener algo de respeto, que ya no era una niña y tenía que comportarme. Y se abrazaba a mí y me preguntaba que si no la echaba de menos, llorando como nunca la había visto llorar. Yo le decía que sí, pero mentía, y la mentira me hacía tener más frío, y quería más mantas, y ella no me dejaba. Entonces tuve que odiarla a ella también porque era igual de egoísta que Ali y me prestaba la misma atención que ella: ninguna. Eran iguales. Yo no estaba fingiendo, los poemas aquellos me volvían loca, pero nunca se lo conté. Para qué, Ali siempre había sido su preferida y yo nunca sería como ella, ni siquiera cayendo enferma. Y todo por culpa de esos malditos poemas, los tendría que haber quemado.

Uno de ellos es para mí pero no lo entiendo, es retorcido y está lleno de metáforas, parece oscuro. Un día le pregunté en voz alta que qué significaba, en cuanto noté su presencia se lo dije, que qué significaba. Porque sigue siendo una egoísta y una creída, viene a verme muchas veces y no me contesta, se hace la dormida otra vez, pero yo sé que está ahí, que me espía, que quiere saber si me gustan sus poemas. Mi amiga Aurora decía, antes de ser monja, que los muertos que tienen algo pendiente en la tierra, vuelven. Eso me lo dijo cuando le conté que veía a mi hermana por la casa. Seguro que lo que tiene pendiente ella es saber el efecto que me han hecho sus poemas, sus tristezas, su abandono. No le voy a dar el gusto, no pienso decirle lo que siento, ni siquiera lo voy a escribir, por si los muertos también leen, que me parece que sí.

* Nació en 1988 en Barcelona. Y ahí sigue. Siempre dice que está estudiando Filología hispánica porque entiende que eso justificaría de alguna manera su pasión por la literatura: escribirla, o intentarlo, y leerla. Ha publicado cuentos en Letralia, Tierra de Letras, Narrativas y Agitadoras.

Sentimiento infravalorado

Con un poco de odio

Odio las jodidas motos
ruidosas y a quiénes las montan
incapaces de sentir su daño.
Odio a las juventudes
que desperdician su vida con roles estúpidos
aprendidos en la caja tonta.
Odio a aquellas personas
que por llevar una mala vida
transmiten su mierda a los demás.
Odio a aquellos que por sonreírles
en su cara amarga y cansada
hacen sentir extraño al más bello acto.
Odio el racismo verdadero,
hipócrita mentiroso que
se halla en todos nosotros.
Odio el fanatismo religioso,
enriquecedor constante de la muerte,
engañoso alimento del hambre.
Odio el egoísmo del miedo
que se aloja en las ciudades
y en sus habitantes.
Odio este planeta tan bello,
agotado y moribundo
consumido de nuestro provecho.
Odio mis odios que son muchos,
mas yo me odio al verme envuelto
en el consentimiento de todo esto.


El Paseo

Paseé entre romero y salvia,
camino de líquenes bajo mis zapatos;
olor de piedra vieja y madera anciana.
Aire destapado.

Frío aliento el de los árboles despiertos,
la mente absorbió los vapores sutiles
de las grandes montañas.

Un gran artificio volver,
a la ciudad de luces desordenadas,
al nido metálico de dónde uno escapa.

* Oscar es pintor.

Jesús y Poncio

En la ciudad era espantándome estaba ladinamente así que nadé en cruz sin rumbo preciso desde la mar bella y llegué a una isla enseguida loca locura loco de mí mismo la humanidad los animales la naturaleza en sí misma traté de superarlo con valor el valor que no topaba en ningún espacio por lo que tuve que buscarlo en terceras partes.

La cala más hermosa de la isla: me indicaron una en el noroeste, la cala del duende. Para llegar anduve por una carretera sin saber hasta que alguien una chica de unos treinta y tantos me recogió en coche me acompañó y me llevó hasta donde yo debía llegar. Le pregunté por qué me había recogido y me contestó que me había conocido en una vida pasada. Nos enfrentamos al pasado y era cierto, coincidimos en un encuentro ya borrado de mi memoria. Nos habíamos reconocido en otro cuento.

Me dejó en el volante de un monte que moría muy cerca de la cala del duende: el monte abrasaba de julio y aire puro ese verano. Llené mis pulmones con impulso y pura la naturaleza. Monté la tienda de campaña. Oí a los pájaros trinar.

Ten fe, me dije.

Tuve que bajar del monte para conocer la cala del mar refrescarme en sus aguas frías. Los peces alrededor mío. En elaborar pensé un arpón para poder pescar y comer algo más tarde, pues conmigo no había más que pan, dátiles y restos de frutos secos.
De vuelta al monte aparecía la tarde como un espantajo espiritual. Conocí a un par de muchachos que como yo habían plantado sus tiendas de campaña en el monte y parecían buenos amigos: Jesús, de aire espiritual, y Poncio, de aspecto más gracioso.
Poco después de conocernos y orientar hacia nuestras tiendas reparamos en que estábamos cerca en las proximidades del mismo monte. Nuestras tiendas asombrosamente próximas entre sí. Empezaba a declinar el sol, así que convinimos en vernos antes de que anocheciera para preparar algo de cenar.

Jesús y Poncio pasaron a buscarme y me llevaron a un lugar más seco donde lo tenían todo preparado para una hoguera. Así fue como empezó el fuego y enseguida estábamos compartiendo pan pimientos verdes cebollas y un poco de salami que Jesús había conseguido en un mercado próximo al monte. El salami hizo su obra en el paladar y me proporcionó el grado de acidez que necesitaba en el estómago. Después hablamos un poco sobre nuestras vidas y luego nos despedimos: Cuando quise reconocerme en aquel lugar, el sueño ya me había poseído.

Al día siguiente me despertaron las gallinas. Extraño, gallinas salvajes de monte, pero luego explorando el lugar descubrí que no muy lejos había una casa de campo inmaculada como el sol que abría la mañana. Bajé a la playa a darme un baño y de regreso conocí a una mujer mayor que era la dueña de aquella casa de campo. Me ofreció entrar y me roció con agua. Bebí de aquel agua, mientras Isabel me preparaba unas rebanadas de pan de campo con aceite. Comimos juntos y conversamos tomando café me relató que era viuda y que vivía sola en aquel lugar desde que su marido palmó, hacía ya 26 años. Era una mujer entrada en años, de facciones bellas y cuerpo robusto sin llegar a ser fuerte. Me mostró las gallinas los gallos el burro los gatos los perros, estos últimos no me los enseñó sino que se fueron cruzando a nuestro paso por las inmediaciones de aquella casa blanca que para mí se ofrecía como un misterio seductor.

Después volví al monte pues necesitaba iniciar las imaginaciones mías: Me emplacé sobre la estera y ojeando unos cuentos andalusíes me transportaron a otros mundos y a otras vivencias / se apoderaron de mí toda la tarde los sucesos. Por la noche vinieron a visitarme Jesús y Poncio con dos amigas y bajamos a la playa y allí pasamos la noche borrachos y terminamos durmiéndola acurrucados sobre la arena.

Al día siguiente más que la luz del sol me despertó la quemazón de sus rayos sobre mi espalda. Me encontraba batido, así que fui a refrescarme al mar y enseguida pensé en el arpón otra vez y volví al monte. Fui a visitar a la señora mayor de la casa de campo quien me prestó una navaja con la cual pude afilar una rama que tras buscar encontré y con la cual después tuve que ingeniármelas para pescar a pesar de mi torpeza y de mi desconocimiento sobre cómo hacerlo. Tras varias horas sin pescar me desesperé, pero pronto reparé en que no muy lejos mío había un señor, que como yo, pescaba con arpón. Fui hacia él y rápidamente me enseñó la técnica sobre cómo hacerlo, una técnica que fui perfeccionando y que me convirtió luego en un hábil creador afortunado. Aquel señor era un suizo que se llamaba Michel y que también tenía tienda de campaña en el mismo monte, pero él estaba en un lugar que distaba de la mía. Por la noche preparamos juntos una hoguera y comimos el pescado que tan venturosamente habíamos capturado aquel día y lo comimos con patatas asadas y un poco de vino tinto. Fue una de las mejores cenas que había probado en la vida. Me prestó una estera de paja y dormí allí mismo a la intemperie, aunque al día siguiente no me levanté tan feliz pues tenía picaduras de hormigas rojas por todas partes.

Era el tercer día de mi estancia en aquel lugar. Quise reconocer la isla a través, así que me dirigí a pie de carretera y tras una zanja caminata tomé un bus que me transportó hacia el este.

Al descender del bus enseguida me topé con un hombrecillo que llevaba a cuestas un puerco muerto. Como yo me dirigía hacia ningún lugar y necesitaba hablar, opté por acompañarlo un trecho del camino. Se dirigía a su casa. Él optó por el silencio, pero me miraba y sonreía, así que entendí que le caía simpático. Entramos en un camino que nos llevó hacia un bosque de pinos y luego se bifurcaba en tres. Me hizo un gesto muy expresivo con la cabeza que indicaba que le siguiera. El cerdo degollado me llamaba desde su interior. Llegamos a una casa de piedra recubierta de cal y me dijo que pasara. Allí estaban su señora y su hermano. Pusieron enseguida al marrano encima de una mesa, sacaron un cuchillo grave y unos utensilios y se dispusieron a descuartizar al cerdo. Lo dejaron en un abrir y cerrar de ojos limpio. Era mediodía y yo no había comido nada desde la noche anterior. Se dispusieron a preparar fuego en una barbacoa de piedra en muy otra parte de la casa y sazonaron el cerdo. Comimos con un apetito voraz. Cerdo con arroz cocido, cebolla, pimientos rojos asados y pan de campo. Ajo. Un poco de vino tinto y enseguida me vino el sueño. Quedé adormecido plácidamente sobre la hierba y cuando desperté no había nadie en la casa.

Al rato llegó una chica de veintipocos años y tras despertarme se sentó a mi lado. Me dio veneno / yo lo sabía perfectamente y lo bebí hasta la última gota. De lo que sucedió después no recuerdo nada, sólo sé que era otro día y que me encontraba durmiendo en una ribera. Me bañé dulcemente. Era un hombre afortunado pero enseguida sentí un miedo horrible y una impotencia abrumadora. Al salir a secarme me picó un escorpión - lo vi claramente alejarse con su enorme pico en alto pero murió de camino a su guarida. El dolor que sentí fue terrible. Aún así, resistí y me enfrenté a mi propia muerte. Viví.

Fue una casualidad tremenda que al rato aparecieran por allí Jesús y Poncio. Discutían sobre el reparto de un dinero. Jesús era masajista, tenía cara de buena persona y siempre contaba sus historias con las más dispares mujeres. Estaba casado por conveniencia, pero eso no le prohibía relacionarse con otras hembras: era un calavera. En cambio Poncio era más codicioso. Ansiaba todo el rato hablar de mujeres, pero se le veía que no tenía mucha maña para acabar entre las piernas de alguna desgraciada. A pesar de esto, entre los dos me curaron la herida del escorpión. Fue un milagro, debo reconocerlo, y luego empezaron con la historia del pan y los peces, pero como yo ya me la sabía, los dejé allí y me dirigí hacia otra esfera.

Subiendo una colina llegué a un lugar extraordinario - aunque yo sabía que era una creencia popular eso de la magia - donde había una cabaña. De allí salió un señor muy mayor con un taparrabos y me ofreció sentarme a su lado. Accedí. Sacó agua y me dio de beber. Luego me contó su historia personal, de cómo renunció a su vida de delfín para convertirse en pobre. Según me contó, antes de cumplir los veinte años y tras haber trabajado en una fábrica textil en Holanda, se dio cuenta de que copiando los modelos sobre los que se trabajaba allí y robando las telas mediante el soborno de algunos empleados de la fábrica, podía confeccionar en su pequeño taller ropas de exactas características. Y eso fue lo que hizo, fusilarlas y venderlas luego a un mejor precio. Enseguida empezó a hacer una fortuna que él mismo no se esperaba y se convirtió al cabo de pocos años en una persona próspera y poderosa.
Con el tiempo e influenciado por su temprana edad y por unos impulsos negativos que no supo decirme de donde habían salido, empezó a beber, a salir con rameras y acabó enredándose. Se quedó sin dinero tan rápidamente como del mismo modo tan rápidamente había acumulado una gran fortuna. Para no seguir más con aquella vida que en el fondo no deseaba, vendió todo lo poco que le quedaba, los restos de sus negocios, y se echó a la mar en un barco mercante para acabar en esta isla. Después se convertiría en pobre por amor propio y desde entonces vive en la cueva que muy afectuosamente me mostró, donde no había más que una cama (una esterilla más bien), cuatro o cinco harapos que ponerse y de los cuales protegerse del frío - me aseguró que los había confeccionado él mismo con la piel de los animales que él mismo cazaba - y un par de cuencos de madera que parecía que hubieran sido cocos en otro tiempo. Al contarme este breve relato pensé que ya había tenido suficiente y volví a un camino que me llevaría a otro terreno.

Otro día Michel y un amigo suyo me enseñaron a fabricar barcos hechos a partir de caña y pieles de animales y como debía aplicarles el betún, la prueba del agua, y también me enseñaron a elaborar remos de madera.

Jesús con su semblante apacible me enseñó algo de agricultura: el riego y el uso de canales y los depósitos de agua. Me explicó cómo con el uso de los canales, los granjeros irrigaban sus campos y entonces drenaban el agua. Luego como arar, gradar y rastrillar la tierra, revolviéndola con una azada antes de la siembra.

Poncio en cambio me enseñó a fabricar una rueda y a mirar a ojo desnudo los cinco planetas de un sistema solar que él mismo había ideado. Me inició en un sistema numérico que según él era más preciso que el que yo conocía, pues me explicó que los relojes y calendarios de ese sistema funcionaban a la perfección, como la rueda que ya te expliqué antes, me dijo. También me habló de un nuevo sistema legal y administrativo y de cómo iba a inventar un nuevo sistema de escritura. Iba a crear asimismo escuelas, bibliotecas y hasta nuevas clases sociales, y muy probablemente una nueva religión con su sistema lógico y todo: y un sistema militar incluido.
Me cansé de los sistemas de Poncio, de Jesús y de la isla. Me arrebató un remolino y me abandonó en la mar bella, lejos de aquella fantasía en aquella otra quimera.