Edito

Número 9 / Junio 2010

A Miguel y Karolina, por la amistad.

24 horas en la vida de nadie

Hay noches que son lamento,
lamento de grito opaco,
de gemido seco,
de desuelo.

Hay noches que no son noches:
lamento desnudo solo.

Hay noches que son lejano
remoto dolor aullido,
de ausencia siempre,
de nunca.

Hay noches que no son noches:
son jamás.

Y hay noches que no son
lamentos lejanos aullidos secos ausentes.
Son noches difíciles.



Hay días que son blanco,
claridad mate sin huecos,
luz llana continua,
tenue superficie
rasa,
sin accidentes;
plano certero:
perfecto
blanco.

Hay días que son buenos,
buenos días,
buenas intenciones,
amable transcurso plácido del tiempo,
los mejores
deseos.

Y hay días que no son
sino malos días,
días que no son días
cuando esperan la noche.


Ausencia

Estuvieron bellas
las flores
sin ti y sin mí.

Fueron ellas,
claro,
las que no nos necesitaron.


Poeta pobre, viejo y feo

Vencido y convencido
de que mis ideas
eran para mí
ideales
solo,
mientras tanto
las hice añicos.

Entre los trozos convivo ahora revuelto
por el suelo.


Gravedad

A veces me veo desde tan alto
que cuando me despeño
me asombra comprobar
que no me he hecho tanto daño.


Retrato

Hay quienes –no muchos,
pero incluido yo mismo-
que dicen que urdo
representaciones ocasionales en un acto, que escribo
poemas.

Lo mismo que duermo o lato.

* Nacido en Águilas (Murcia) en 1958 en una familia de pescadores, es licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Murcia, periodista, escritor y orientador laboral. Ha ganado varios premios literarios, entre los que destaca el José María Valverde –de cuyo jurado formaron parte Rosa Regás, Manuel Vázquez Montalbán y José Agustín Goytisolo- y el Emilia Pardo Bazán. Investigador activo, trabaja con las posibilidades del lenguaje poético introduciendo elementos visuales, pictóricos, fotográficos y técnicas de diseño gráfico por ordenador. Dirige la revista Poe+ y el periódico Alteridad. Ha publicado Mi nombre es Nadie (Opera Prima, 2000). Blog. Poética: La poesía está en la vida; el resto son huellas, señales, cicatrices… poemas.

Mario y yo

Mario había ido a bailar (a ver bailar) al Club Villa Malcom. Yo concurría siempre con mis amigas. Era avispada —expresión de mi madre—, y con chispa. Y la de más éxito. Bailaba lo que fuera —“la ardilla tropical”—, no sólo cumbias y lento. Prefería a los carilindos, y dentro de estos, a los respingones. Le daba muchísima importancia al pelo de los muchachos. Al corte y a la consistencia. Los lacios me enloquecían. Pero carilindos, respingones y con espectacular cabellera, me aburrían soberanamente después de las primeras salidas. El más rescatable resultó uno al que le decían Larry. Perspicaz, tenía conversación, y estaba embarcado en un trabajito delineado, de mucha paciencia, conmigo. Pero no alcanzó.

Mario, contra una columna, me seguía con la vista, cuando lo descubrí. Evalué. No reunía mis condiciones pero tenía encanto. Una cierta tristeza. Vida interior. Pensaba: debe tener vida interior. Me acerqué a la columna. (A su lado, el urso veterano con orejas y nariz de boxeador que cuidaba “el orden y la moral del establecimiento”.) Encaré a Mario sonriendo: No te vi bailar. Dijo: No sé. Y algo más: Ni boleros. Consideré: Alguien tendría que enseñarte. Y algo más: Me propongo. El sonrió, por fin, y me preguntó: ¿Estás segura?

Pasaron muchas cosas en tantos años. Entre las desagradables están los abortos que me hice. Ya no soy alegre. Estoy al frente de una perfumería en la que participo como habilitada. Ando siempre diez puntos (pilchas y maquillaje) y no realizo casi ninguna tarea doméstica. Volví a estudiar inglés, y practico aerobismo y equitación. Siento un miedo visceral a que mis padres, con los que aún convivo, fallezcan. Y el viernes me caso con Mario. Nos vamos a Ranelagh, donde él heredó un laboratorio de productos químicos para mantenimiento industrial.


* Rolando Revagliatti nació el 14 de abril de 1945 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. LIBROS PUBLICADOS en soporte papel (entre 1988 y 2009): Obras completas en verso hasta acá, De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):, Trompifai, Fundido encadenado, Picado contrapicado, Tomavistas, Propaga, Ardua, Pictórica, Desecho e izquierdo, Sopita, Leo y escribo, Del franelero popular, Ripio, Corona de calor (poesía); Las piezas de un teatro (dramaturgia); Historietas del amor, Muestra en prosa (cuentos y relatos); El Revagliastés (antología poética personal), Revagliatti – Antología Poética (con selección y prólogo de Eduardo Dalter). Excepto Historietas del amor, cuentan con ediciones electrónicas, así como también sus dos poemarios inéditos en soporte papel: “Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo” e “Infamélica”, disponibles gratuitamente para su lectura o impresión en http://www.revagliatti.com.ar o http://www.revagliatti.net

Retazos de un hemisferio

creo que estoy preparada

para empezar a coleccionar pequeños retazos de un hemisferio químico.


hay un delfín masticando perlas en nuestra ventana,

ríe danzas esotéricas de más allá de los confines endebles de un vaso de noche;

hay chacales lamiéndose los cristales tintados de paranoia infundada.

la tierra de las macetas

......................................... se va

....................................................escurriendo y los océanos se saturan alojando una infinidad de historias personales ahogadas en el recuerdo metafísico de algas aguamarina.

una estatua mira azulada y abre los ojos. a sus pies un hombre ojea el periódico, olvida palabras, olvida estructuras, olvida que existe el mañana y se dispara porque ha perdido todo en la bolsa.



resuena tu música dubitativa. va caminando a pasos entre la niebla.

quizás abre el balcón y ve críos por la ventana. recuerda tu música quién era dubitativa quién se aferra a las tardes anaranjadas de verano e intenta trocear la culpa paseando entre postes de alta tensión el cielo decorado con máquinas que navegan en el éter. somos argonautas del vacío en este desierto bicolor buscando esa otra parte que nos hacía ser uno ser uno ser uno. 
nuestras réplicas incompletas vagan tan perdidas como nosotros por el no-mundo.

necesitaba encontrarte para ser entera.

necesitaba encontrarte para ser entera.

necesitaba encontrarte para ser entera.

lalalalaresuentumúsicacontraelviento



la luz se filtra por las ventanas y se desparrama melaza por las baldosas. pasan los días cada vez más desdentados de caldo blanquecino.

nosotros cada vez más ralos.
más recuerdos en el saco de arpillera azul que guardamos en el cajón chirriante de la esquina.

* Poeta, intérprete de conferencias y se dedica a las redes sociales online. Lleva 4 años escribiendo y en los últimos meses se ha centrado principalmente en la búsqueda de nuevas formas poéticas mezcladas con la performance. Forma parte de la Generación Blogger definida por David González. El hecho de haberse visto en contacto permanente con distintos idiomas hace que trate de incorporar en sus poemas una visión "cosmolingüística", apostando por la mezcla de lenguas y las asociaciones imprevistas en un contexto marcadamente influido por el surrealismo y la poesía beat.
Se pueden encontrar su textos en la Antología del Bukowski Club, Es Hora de Embriagarse, Bar Sobia #3, Aldea Poética IV SXO (Ed. Ópera Prima, 2009) y en www.silviaoviedo.com


Crimen en el supermercado

Desde que vivo sola tengo el televisor prendido de día, cuando estoy en casa y de noche hasta que me duermo. Estuve casada cinco años y no funcionó. Después del divorcio, alquilé un pequeño departamento en el piso más alto del edificio más viejo del barrio donde ya vivía. Mi vida transcurre sin sobresaltos y acepto algunas investigaciones como seguimientos en caso de infidelidades y en algunos casos, de hombres próximos al matrimonio.
En estos casos, son las futuras esposas quienes me contratan. En general se trata de futuros matrimonios en segundas y terceras nupcias. Ninguna de esas mujeres está dispuesta a casarse con un Don Juan o un hombre que le traiga problemas.
En el edificio donde vivo casi nadie sabe a qué me dedico. De vez en cuando llegan cartas del extranjero y el portero me las entrega abiertas mientras me mira con curiosidad. Evito pronunciar palabra cuando las recibo. Una vez por mes le doy una propina y él queda satisfecho y no pregunta nada. Las cartas del extranjero provienen casi todas de amigos que se fueron a trabajar a otros países.
Antes de este trabajo de investigadora privada, trabajé para una aseguradora y para una compañía de bienes raíces. La diferencia con los otros trabajos es que ahora llevo siempre conmigo el revólver, una pistola beretta calibre 22.
La noticia que escuché por la televisión me cayó mal aunque no sé si fue tan inesperada como me pareció al principio cuando la escuché por primera vez, ya que el canal de televisión la repitió cuatro o cinco veces.
Una mujer empleada de un supermercado había matado a un hombre.
La misma noticia hubiera pasado desapercibida para mí en otro momento.
La mujer se llama Nancy y es la misma mujer que me había confesado hace unos días su padecimiento. Acaba de llamarme por teléfono desde la cárcel. Quiere contratarme como investigadora del caso. Aún no decido qué hacer.
Nancy es de piel oscura, tirando al color aceituna, no es fea pero tampoco podría decirse que es linda. Es joven y tiene cierto atractivo por sus facciones aindiadas.
Tiene los ojos oscuros y usaba un uniforme provisto por el supermercado, de color violeta. Debajo del saco, siempre tenía una camisa blanca perfectamente limpia y planchada. Nancy trabajaba en el sector de electrodomésticos.
Tal vez nunca hubiera conversado con ella si el sector de electrodomésticos no hubiera estado tan cerca de la librería. En general paso por la librería antes de disponerme a hacer las compras de comida. Me resulta menos monótono y además de best-sellers se pueden encontrar algunos buenos libros en la mesa de ofertas. Ahí encontré una biografía de Ted Hughes, otra de Leonardo da Vinci, y para entretenerme un libro de cocina naturista y otro de feng-shui. Había también libros con indicaciones para criar un bebé y novelas policiales.
Recuerdo ahora la primera vez que conversé con Nancy. Fue durante una mañana de pleno invierno, dos o tres grados bajo cero.
Buenos Aires no es una ciudad donde el frío no se soporte. Antes de llegar al supermercado esa mañana me había cruzado con la vecina del quinto piso c. Una mujer de unos sesenta años, vestida como para asistir a una velada de gala de la ópera. Se había puesto un tapado de zorro plateado, botas de gamuza negras y tenía el pelo tan lacio y brillante como el de una muñeca barbie. La saludé y ella me respondió el saludo con total normalidad.
Seguramente ella no sabía que todos los que vivimos en ese edificio sabemos de sus ataques, cuando grita como si la estuvieran matando y el portero llama a la ambulancia y a alguno de sus hijos. Después la internan en algún lugar durante algún tiempo y reaparece a los dos meses con la cara de alguien que estuvo en una catacumba. Algunos días después ocurre la metamorfosis: aparece vestida y maquillada como la caricatura de una estrella de televisión.
La mujer tenía un perrito de raza enana que sacaba a pasear en brazos varias veces por día. Me extrañó no verla más con el perro y le pregunté por él. Lo llevaron a la quinta, dijo, ahí está feliz, tiene lugar para correr. Moví los labios y dibujé una sonrisa de circunstancia pensando en el perro y me dio lástima lo sola que estaba la mujer. Después de esa aclaración creo que no volvimos a hablarnos.
La primera vez que hablé con Nancy, la empleada del supermercado y ahora acusada de haber matado a un hombre, fue después de haber estado leyendo un largo rato en la librería. Esa librería del supermercado tiene unos cómodos sillones donde se puede leer tranquilamente. Basta tomar los libros de las estanterías y disponerse a leer. Pensaba después comprar alguno de esos libros y algunas cosas para comer. Por ejemplo una baguette porque ahí cocinan el pan muy bien. También un poco de queso Mar del Plata, jamón cocido y unos sobres de sopa de tomates. Iba a comprar también algunas latas de cerveza para poner en la heladera, por si venía alguien a visitarme. Pero hace tiempo que no recibo a nadie en casa y cuando viene alguien prefiero salir a comer a algún restaurant.
Y hasta parece que sale más barato que cocinar en casa.
La última vez que salí a comer afuera fue cuando tuve el caso de la señora Annabell Lee. Esta señora que lleva el nombre de la novia de Poe, no tiene en absoluto nada que ver con la nombrada. Y ni siquiera ha leído novelas de misterio.
Es una mujer sospechaba que su marido la engañaba con la secretaria. Investigué el caso porque me pagaba muy bien. Pero dejaré los detalles para otro momento. Con el dinero que gané pude irme unos días a Brasil, a un buen hotel con terraza al mar.
La primera vez que hablé con Nancy, esa mañana, había un hombre viejo en la librería, sentado en un sillón y parecía estar leyendo cuando me senté frente a él. En la calle hacía frío, los árboles estaban deshojados y el cielo era gris. El hombre tenía un libro en las manos y al cabo de unos minutos dejé de leer el libro elegido y me dediqué a mirarlo. Tendría entre setenta y ochenta años, la barba crecida, un sobretodo bastante viejo con el dobladillo algo descosido y un aspecto que parecía que se iría muy pronto a acompañar las raíces de las plantas bajo la tierra.
Pensé que había entrado ahí porque hacía frío y no tendría una moneda para un café. Seguramente se había quedado dormido a causa de la calefacción del supermercado y la música funcional que hacía más agradable el hecho de comprar.
Volví a la lectura de un libro, una novela de un autor español. Al cabo de unos minutos me sobresaltó el ruido y los movimientos que hacía un empleado pasando el plumero por los libros. Lo hizo con tal brusquedad que empujó algunos hacia el piso.
El hombre viejo seguía dormido, la cabeza pegada al cuello, los hombros inclinados hacia adelante como si el peso de la vida se le hubiera venido encima todo junto.
Entonces ví a Nancy detrás del mostrador de los electrodomésticos, tenía cara de aburrida entre los aparatos de televisión, las lectoras de DVD, las planchas y las licuadoras.
Dejé la novela sobre la mesa y me acerqué al mostrador.
- Buenos días - dijo
- ¿Qué tal? - le pregunté
- Bien. ¿quiere ver algo?
- Sí - dije. - Estoy buscando un televisor nuevo.
Enseguida me mostró varios modelos de televisor y me indicó las ventajas de cada uno.
-¿Cuántas horas pasa aquí? - le pregunté.
- Cuatro a la mañana y cuatro a la tarde - contestó.
- ¿Sabe algo de ese hombre? - le pregunté mirando hacia el hombre dormido en la librería.
- Supongo que está jubilado y vive solo - dijo Nancy.
El hombre del plumero sacudía el polvo de los estantes mientras nos miraba a unos metros de distancia.
Esa fue nuestra primera conversación con Nancy. Compré después lo que había planeado y prometí volver a comprar el televisor otro día. Volví a mi casa con el recuerdo del hombre dormido y vencido y el hombre del plumero empuñándolo como un arma.
Durante la tarde, me dediqué a seguir al marido de una clienta. Era un ejecutivo de una empresa y sí tenía relaciones con la secretaria. Mi clienta no quería que el marido la dejara en la calle. Sospechaba que él ganaba mucho más dinero del que decía y tenía alguna cuenta secreta en algún banco del exterior que en algún momento usaría para planificar su vida sin ella.
Una o dos veces por semana iba al mismo supermercado y me dedicaba a leer en la librería donde encontraba al mismo hombre viejo, dormido con un libro en las manos. Tenía las manos dobladas hacia adentro como si tuviera artritis. Usaba siempre el mismo sobretodo y a pesar del calor artificial propagado por alguna caldera, el hombre no se lo quitaba. Era curioso ver a ese hombre ahí, después de una vida de trabajo, tal vez de haber criado uno o dos hijos, tal vez más, tal vez ninguno, apoltronado en ese sillón, con un libro en las manos, se lo veía tan cerca de la muerte...
Miré los libros sobre la mesa, eran los libros que el hombre había elegido esa mañana: novelas elegidas por Borges y Bioy, también había de P.D.James, y un libro que decía "Muerte en Hollyood".
Entonces ví que Nancy - entonces no sabía ni siquiera su nombre - venía caminando hacia mí y me dejaba un papel sobre la mesa, arriba de los libros.
Lo levanté con disimulo y leí: Tengo que hablar con usted, a las 12, en la cafetería.¿Sabría que yo era investigadora? Generalmente los clientes vienen así, como los gatos, sin que nadie los llame.
Guardé el papel en el bolsillo y comprobé que el empleado del plumero no estuviera cerca. Me incorporé, puse los libros elegidos en un canasto y lo empujé hacia sección bazar. Examiné algunos platos, algunos importados de China, otros de Brasil. Compré un paquete de servilletas con flores amarillas y me dirigí a la rampa para bajar. Pronto llegaría un amigo desde Quebec y me alegraría comer con él y con esas servilletas. Justo en el inicio de la rampa vendían alimentos balanceados para perros y gatos. Mi vecina, la que se vestía y maquillaba como una caricatura estaba junto a las bolsas de alimento balanceado, esta vez sin el tapado de zorro plateado, pero sí tenía el pelo brillante y lacio como el de una muñeca pequeña, envuelta en celofán más allá, en la góndola de juguetes. Me saludó como si no me hubiera visto en años. Me pregunté si el perro había vuelto de la quinta o tal vez elegía algún balanceado para un animal imaginario.
Le dije adiós y empujé el carro suavemente hacia la rampa y me dejé llevar hasta la planta baja. Faltaba casi una hora para las doce.
¿Qué me querría decir Nancy?
Me pregunté si no sería mejor pasar por la caja y quedarme en la cafetería hasta que fuera la hora. Opté por pagar y salir a la calle. Caminé hasta el edificio donde vivo y acomodé en la heladera y en la alacena los alimentos y bebidas que había comprado.
Al entrar había tres cartas en el piso, las dejé sobre la mesa. Una era de Alberto, un amigo que vivía en Italia. La otra, de Laura, una amiga que vivía en Suiza desde hacía años. La tercera carta no tenía remitente. Decídí  dejar la lectura para la noche, cuando las tensiones del día hubieran pasado o disminuido y me encontrara más tranquila para leer con calma. A Alberto le gustaba, además de escribir, dibujar en las cartas.
Laura hablaba cuatro idiomas y era secretaria, había sido cliente mía. Estaba divorciada cuando la conocí y había decidido no casarse con el hombre con quien estaba comprometida, después de mi investigación. Laura tenía un buen pasar económico y su pasatiempo ahora era esquiar cuando el frío lo permitía. Me alegraba saber que mi trabajo de investigadora pudiera evitar que las personas tomaran decisiones equivocadas.
Ahora faltaban algunos minutos para las doce y caminé rápido hasta la cafetería del supermercado. Dejé el teléfono sonando, no atendí. Apagué el celular. Seguramente Nancy no podía salir a comer a otro lugar que no fuera ése.
El cielo ahora estaba bien azul y una nube blanca se deslizaba como una oveja por un prado.
En el umbral de un edificio, dos chicos jóvenes bebían cerveza sentados. Era un día de semana y era pleno día, pero seguramente ellos no iban a la escuela ni tenían ninguna ocupación.
Cuando entré a la cafetería Nancy me estaba esperando. Se había servido una taza de café doble y un sandwich.

- Usted dirá para qué quería hablar conmigo - dije.
- Usted es investigadora.
- ¿Cómo lo sabe?
- Aquí me entero de muchas cosas.
- La escucho - dije mirando el reloj. A la una tendría que estar saliendo hacia otro lugar.
- Tengo que denunciar a alguien de aquí y temo hacerlo - dijo.
- ¿Cuál es el motivo?
Nancy miró hacia todos lados. La cafetería estaba llena de gente a esa hora y parecía temer que la vigilaran.
- ¿Cuál es el problema? - insistí.
- Acoso sexual y robo.
-¿Puede probarlo?
-No, no podría hacerlo.
- Entonces ¿por qué me lo cuenta? ¿por qué recurre a mí?
Nancy bebió un sorbo de café y me miró fijo, había desesperación en los ojos.
- Tengo que hablar con alguien, si denuncio que uno de los gerentes me está acosando sexualmente no lo voy a poder probar y me van a echar. Necesito el empleo.
- En la vida hay que elegir - se me ocurrió decir.
- Sí, pero hay más. Hay alguien que roba mercadería permanentemente y tengo miedo de que me acusen a mi.
-¿Por qué la acusarían si usted no es?
- No sé, tengo miedo, sospechas, no sé, intuición tal vez...
Miré a Nancy, su mirada era la misma que le había visto alguna vez, detrás del mostrador de los electrodomésticos. Estaba en un embrollo del que no sabía cómo salir. A veces me gustaba tomar ciertos casos.
- Trabajo desde los dieciseis años. Ahora tengo treinta, no quiero ser cómplice de un robo y estoy harta del acoso sexual - dijo.
- Si usted no denuncia el robo seguramente es cómplice.
- Es que no quiero ser cómplice de nada, por eso he recurrido a usted.
- Podría tomar el caso, investigar si usted quiere...
- Tengo algunos ahorros, es todo lo que tengo...
-Está bien, dije. Ahora no hablemos de eso, después... - Voy a investigar quién roba para que usted quede limpia de cualquier acusación.
- ¿Y el acoso?
- Eso es más difícil. Vamos por partes.
- Es que estoy harta...
- Ahora tengo que irme - dije mirando el reloj. Encontrémonos esta noche, a eso de las nueve, en otro lugar.


Me fuí de ahí pensando si no debería haberme quedado hasta que me contara más detalles. Noté a Nancy muy nerviosa. Había odio en sus ojos. Apretó los labios como si los sellara cuando al fin nos despedimos.
Recorrí rápidamente las cuadras que me separaban de mi casa. Me cambié para seguir con mi trabajo. Cuando volví a la noche esperé que Nancy me llamara pero no llamó. Me fuí al cine. Daban La piscina o algo así. Era una historia policial donde una escritora se refugiaba en una casa prestada para poder escribir un libro.
Durante varios días decidí visitar el supermercado. Quería encontrar alguna pista de lo que Nancy me había contado. En algunas de las visitas ví al hombre viejo que dormía entre los libros. Nancy atendía al público, hacía funcionar los artefactos electrodomésticos y enseñaba a los compradores su funcionamiento. No llegué a comprar otro televisor.
Varias veces pude ver, a distintas horas a un hombre bien vestido, de saco y corbata y zapatos lustrados, evidentemente era un hombre con poder, acercándose a Nancy y murmurando algo a su oído.
Me pregunté si él era el hombre que la acosaba sexualmente y ella quería denunciar. ¿Cómo saberlo?
Le había comunicado a Nancy mi decisión de no tomar el caso. Era muy dificil probar algo así. Le recomendé a un investigador privado amigo.
Tampoco quería seguir investigando el robo de mercaderías, eso era más que difícil de probar. Los supermercados probablemente tienen asegurada la honestidad del personal y no les importa mucho que sus empleados les estén robando.
El caso nuevo que investigaba ahora me llevaba casi todo el día. Tenía que tomar taxis y remises, generalmente a partir de las cinco de la tarde, cuando el marido de mi clienta salía de la empresa. Entonces empezaba el trabajo, ver adónde iba, a qué restaurant, a qué hotel, a qué escondite con la secretaria que seguramente tardaría poco en convertirse en la nueva mujer hasta que apareciera otra más joven y más atractiva.
Nancy se había encontrado varias veces con el acosador, fuera del trabajo.
Me preguntaba si era tan difícil conseguir otro trabajo, irse de ahí, no seguir soportando a ese hombre. La respuesta llegaría unos días después.
¡Qué día! me dije cuando llegué a casa. Había sido un día terrible, daban ganas de darse una ducha caliente e irse a la cama. Fue entonces cuando escuché la noticia por televisión: Crimen en el supermercado.
Y después escuché el teléfono.
Ahora, una carta. Estaba sobre la mesa. Ni siquiera recordaba haberla puesto ahí.
... Aguantar las miradas lascivas, babeando, cuando me llamaba al escritorio. La primera vez, recordaba, había sido la invitación a tomar una copa. Después de hora, qué tenía de malo? dijo él. Yo tenía veintidós años, él cincuenta y cinco. Era gerente, yo empleada. El era casado. Trabajaba ahí desde los dieciocho, apenas me recibí de perito mercantil. Mamá cosía para afuera. Pero no alcanzaba para mantener la casita de Banfield. Entonces era, mi segundo o tercer trabajo, no recuerdo bien. Me lo consiguio la mamá de la novia, una de las novias a las que mamá le hizo el traje. ¡Qué lindas quedaban las novias con los trajes que les cosía mamá!
Después fue mi turno cuando me casé con Roberto y mamá me hizo el traje a mí. Bailé toda la noche con el vestido de cola. Roberto se puso un traje negro, parecía un funebrero decía mamá y se reía. Papá no entendía nada porque estaba hemipléjico y sordo. No sé por qué le cuento todo esto, qué puede importarle a usted que lee tanto. La veo leer y digo, a lo mejor lee esto, tambien. Si, después de todo, no estoy arrepentida de querer matar al cretino éste...

* Escritora, editora y periodista argentina, actualmente vive en Buenos Aires. Ha recibido el “Premio Fundación El Libro” a escritores noveles en 1994 por su novela policial "Pájaros debajo de la piel y cerveza" en el marco de la XX Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, italiano y coreano. Uno de sus cuentos, "Cartas al mediodía, a la manera de Cortázar" integra la “Primera antología de autores hispanoamericanos” traducida al coreano y pubicada en Seúl, en 2008. Desde hace siete años dirige la revista digital de cultura Archivos del Sur y la revista infantil Barco de papel.

Quisiera nunca más comer

Quisiera nunca más comer. Si acaso
hojas, si acaso viento y piedras. Quiero
dejarme de los extras, el abrazo,
las cosas de los hombres. Ser acero
en la sangre, ser fuego con los ojos
siempre abiertos; con todos los cerrojos
quebrados bajo pies de empeines altos.
Quiero tatuarme las axilas, ser
un árbol con la sangre blanca y ver
que mis ramas son gracia y dar de saltos.

*

Permíteme, querida, que no quiera
ser humano; pues para ser honesto
contigo, ser humano es larga espera,
falta de amor y grima. Si me acuesto
contigo por la noche, siempre espero
amanecer tornados—con entero
resplandor—armadillos, patos, antes;
antiguos, de armazón, rinocerontes.
Por favor, no te alarmes, sólo ponte
en mis zapatos, piensa: “fue un gigante.”

*

La fe mueve montañas, no las trepa.
No existe amor sin sufrimientos vivos.
El mundo es propiedad de los atletas,
los esforzados, los constantes niños
que insisten todo el tiempo, buscan y hallan.
Quienes perduran ya jamás descansan.
Y un simple resbalón te quita todo.
El reto es despertarse sin descanso;
mirarse siempre; convertirse en gato:
ágil, flexible, múltiple y tramposo.

* Nació en la Ciudad de México en 1974. Ha sido profesor de literatura europea en la Universidad Iberoamericana de la misma ciudad. Es también guionista de cine y TV. Su poemario "Si resistimos" ganó un accésit del Premio Adonáis 2008. 

Nerón murió asesinado en mayo del 68

El saber de la tela es una fruta podrida o aliñada por brujas que tanto en la tela del cuadro nos impide la negritud (la tela tiene su dossier) como en la tela virtual nos impide la belleza de la memoria.

Lo pienso todo como pintor, así que equivoco las palabras, pero basta invertir el cuadro para comprender que no es abstracto, sino concreto, lo que pienso lo vivo, sólo que no está escrito en el escrito de la consciencia.

Un pensamiento para Georg Baselitz.

El saber de la tela es inconsciente, surge de la sombra, y no de la labrada luz de la vida consagrada a esos objetos sacramentales que son los libros.

De todas formas esas brujas que nos engañan en la apariencia son las hijas de las musas, y a la vez son más arcaicas que ellas, han salido a las abuelas. Podemos en toda confianza seguirlas en lo desconocido, cada día será distinto, especialmente si practicamos la pintura. Ellas harán arder nuestra torpeza con las revueltas del zorro y de la salamandra inventiva.

A veces sale más fácil despachar a Dios con un libro de autoayuda china yanquee que con la obra morosa de Santa Teresa. ¿Por qué no? El castillo interior del pensamiento positivo. Pero empieza a excavar en el patio del castillo, en el suelo de lo positivo, y encontrarás a todos los prodigiosos esqueletos que están en Dios, de huesos de jade y oro, de pellejos ventrales que han conocido la posteridad, un libro blanco de hinduismo con prefacio de Madeleine Biardeau, una serie de poemas de Lao Tsé, de Tchuang Tsé, o de Ucoc recitados por él mismo. Sutras diversos, el método Ruchpaul, el propio Octavio Paz, mejicano que vuelve de la tierra del ascetismo con las manos abiertas. Un catecismo maniqueo en Chino traducido por Nahal Tajadod, una trilogía monumental de un español, Ignacio Gómez de Liaño, que soporta sobre sus espaldas la invención y los repertorios de tanta sabiduría.

Soy parte del invento, no tengo más que pasar dentro, ¿qué hago fumando bajo la nieve?


* Manuel es pintor y escritor granadino residente en París (Francia). Puedes descargar gratuitamente su novela Pleroma aquí.

Revelación de María

No avanzar,
abrazando la intuición de los mudos era la nueva promesa
y se dejó hundir
besando a cada muerto,
saludando la crisis de nuestra era en las manos y torsos acorralando su respiración.
Y le creí –perder es nuestra consigna -

El amuleto que da molde a la orfandad que nos corroe
–Suéltame fue lo último que sus ojos pronunciaron
y en la escritura
lo vi partir como una balsa hecha de cadáveres.

Su cabeza envuelta en un saco, mi hermano pequeño, la silueta del perdón,
sustrajo mi palabra de aquellos derroteros en busca de un hogar
aunque no supiese que es tal.
¿Pueden trazar los caminos de regreso, la bitácora de un dilatado adiós?

Y con sus huesos a cuestas
como la única seña de un pasado y raigambre
comenzó el peregrinaje por rutas insondables.

Y vi a los grandes profetas del último tiempo
vender sus vidas por un texto que les significara mil más.
Los vi cruzar fronteras condenadas
y congregarse en las catedrales de todas las ciudades del mundo
buscando mujeres que entendieran su sacrificio,
que secaran sus lágrimas
estando dispuestas a otra ronda.
Los vi atorarse de pastillas para cuidar la noche
traficar momentos
y moverse en busca de un depósito
lo suficiente oscuro
para leer como una manada extinta
las líneas finales de su pueblo
y los acompañaban las sacerdotisas,
bellas, jóvenes
entregando sus cuerpos salvajes por un verso
y todos andaban
con sus libritos de oraciones bajo el brazo
repitiendo entre murmullos
el mismo juego
palabras llenas de tierna cólera
oníricas aves y viajeros trasnochados
con nuevas viejas maneras
de quebrar la piedra del molino.

* Escritor y Profesor de Literatura egresado de la Universidad de Tarapacá, reside en Arica, donde ejerce la docencia universitaria y cursa el magíster en Ciencias de la comunicación en su casa de estudios. Dirige el Colectivo y taller Literario Clepsidra, es Miembro fundador del Grupo literario MAL y actualmente edita la Revista Literaria virtual y editora Cinosargo. Ha publicado los poemarios Música Histórica y Delusión en el 2006 y 2007 (autoedición) y Gramma en el 2009 con Editorial Cinosargo, en investigación ha publicado Realidades Dialogantes, un análisis pragmático de cinco novelas Latinoamericanas Generacionales, por el cual fue beneficiado el 2008, con el fondo nacional de fomento del libro que otorga el consejo nacional de la Cultura y las Artes de Chile. Actualmente su publicaciones aparecen periódicamente en revistas literarias nacionales e internacionales, en la Linterna de Papel del Mercurio de Antofagasta y ha sido seleccionado para formar parte de la Antología de poesía 2009 para autores peruanos, ediciones Jaguar de México. Más información en su weblog.

Noche de perros

Me llamo Alberto y voy en metro a casa. Allí espera mi caos habitual.
Actualmente entrar en mi habitación requiere de un esfuerzo importante o más bien de una pala. Con eso podría apartar las capas formadas por parte de mi vestuario, varias cajas y algunos objetos que saqué del trastero, como el equipo de esquiar, pero que en realidad ni pienso usar, ni tengo intención de devolver al trastero. Unas botas montañeras me vendrían bien para escalar hasta la cama.



Hablando de calzado, un perro acaba de echarse a mis pies. Vaya can, se está acomodando, se ha puesto a dormir. Lleva una corbata atada al cuello, debe tratarse de alguien importante, a ver quien es el dueño, claro, un okupa. El okupa me está mirando con resquemor, se dispone a despertarle. Tranquilo no hay problema, el chucho puede usar mis zapatos como almohada.


No es mala idea lo de la corbata. Si patentara esta idea, más de uno se la colocaría a su mascota, visto como les colocan abrigos y camisetas, y gorras de cuando estuvieron en Miami. Es cierto, una vez vi un animal, que no merecía llamarse perro, con una gorra amarilla que tenía un texto bordado en azul. Era un texto en inglés, traducido se leería: el super can de Florida. Iba con Marta y me hizo mucha gracia porque era pequeño y realmente ridículo. Marta se incomodó un poco y me dio un codazo por consideración con el dueño, pero en el fondo también se burlaba. Pienso que esta corbata es el mejor complemento que nunca vi para un perro. Encima tiene guasa, todos los que llevan corbata son perros.


Ya bajan. Voy a seguirles un rato, me apetece caminar.


Tenía tiempo que no venía por Sants, no está mal. Mi amigo Gabriel vive por acá y me ha comentado de las movidas que se hacen. Es cuestión de descubrirlas. Estamos en la calle Rosend Arus. Una vez entré al viejo teatro que está en la esquina. Lo cogieron unos okupas y hacen unas fiestas tremendas. Claro que para mi gusto hay demasiados perros, aunque la verdad nunca me han agredido. Los okupas podrían poner una escuela para perros. Seguro lo harían mejor que esos entrenadores que cobran una pasta, por enseñarle a un perro a hacerse el muerto.
 
Nos detenemos, el okupa se ha girado, me está mirando. Intento mostrarme amistoso, pero no sé como. Creo que espera a que le diga algo... no puedo. Me dice algo, si me lo pide me voy.

¿Qué quieres? ¡Eh! ¿Qué es lo que quieres?

No me gusta como ha dicho esto último. Ahora introduce la mano en esa mugrienta riñonera que lleva a modo de cinturón. Debe haber de todo ahí dentro... y tal vez está empuñando una navaja. Me he quedado en blanco, me están pitando los oídos. Viene hacia mi, ahora saca algo...¿Porqué me mira de esa forma?

Tranqui, no es para ti.

Vaya susto es sólo un hueso de pollo. Ahora se agacha y se lo ofrece al chucho. El chucho no lo quiere, hace bien, ese hueso debe tener al menos una semana de edad.

Nos movemos, el perro camina arrastrando la corbata, pensé que era su correa. Tal vez el okupa sólo hace uso de ella si hace falta. El chucho se está agitando, se ha mosqueado... no, más bien algo le llama la atención. Ese olor...un chino. 


Me ha entrado el hambre, voy a coger un poco de comida para todos. Les haré unas señas con las manos. Todo el mundo te entiende cuando estás invitando.


Todos los chinos son iguales. Es un decir. La chica me atendió bien pero estuvo un poco nerviosa. A lo mejor pensó que era un inspector de trabajo o algo parecido. Lo digo porque cuando la chica entró a la cocina, al poco tiempo, había tres chinos mirándome con temor desde la ventana por la que entregan la comida. Me incomodaron un poco y me puse a mirar la decoración. Quise decirles algo pero no se me ocurrió nada.


El okupa me está esperando, voy hacia ellos, creo que mi presencia ya no le molesta. El chucho si que entiende, el olor de la comida le ha animado, no se me echa encima ni nada. Mantiene el tipo, tiene clase, sabe que es suya. Está observando los envases que hay dentro de la bolsa. No me sorprendería si mete la cabeza en la bolsa y luego me da una palmada. Pero como una palmada... es lo que diría Marta. Ya se que no tiene palma, pero ¿cómo llamo lo que hay debajo de su pata? La planta. Pero no puede darme una plantada, quiero decir, que yo sepa no existen las plantadas.


Hemos llegado, estábamos cerca. Cuanto cerrojo, al menos he contado dos candados y tres cerraduras. Ahora da la luz, es un local, creo que era una panadería. Nos movemos, vamos al fondo por platos y cubiertos. Pues no se lo montan mal los chicos. La cocina está más limpia que la de mi casa. Es lo que tiene, entre todos tienen que mantener esto andando. Igual capto unos okupas para que se vengan al piso, si lo mantienen así de limpio.


El chucho se está inquietando, hay hambre. Llega alguien, una pareja y otro perro con corbata. La verdad es que esto de los perros con corbatas me ha hecho gracia.


Sonrío ¿Hace cuanto no la hacía, un año, dos? 



Pues ni una queja con el chowmein, volveré a ese chino. El chico le está explicando a la pareja, que les he seguido. Asienten con la cabeza, no hacen preguntas. No hay mal rollo, me agradecen la comida. Se está bien aquí, comparado con la escalera en la que vivo, en la que todo el mundo indaga y chafardea. Que cómo me las arreglaré ahora que estoy sólo, que cuanta pena les doy, que hay que ser muy tonto para dejar a una tía como Marta. Yo en cambio no me pregunto cómo se las arreglan ellos, ni cómo consiguen vivir siendo una panda de merluzos. O porqué siguen juntos los del tercero primera, aún a sabiendas que el amor les abandonó, hace al menos quince años. Si Marta, se fue, se acabó.


Estos chicos en cambio no me preguntan nada, seguro se pueden imaginar qué me ocurre, o no, pero no preguntan nada. Se están levantando, les sigo, vamos a un patio, tienen un juego de terraza de madera; lo dicho, se la montan bien estos punkis.


La chica me está preguntando como me llamo, creo que le gusto, espero que no sea un problema. Mi amigo el okupa le dice que no insista, que no hablo. La chica quiere saber porqué. Viene mi amigo el chucho, se me echa a los píes. Me mira, quiero decir, me está mirando profundamente. Sus ojos me están hablando, quiere saber qué me ocurre, le escucho claramente. Le hablo, le cuento todo.


- Marta es maravillosa pero ya no la quiero
.

- No, no es eso, no fue por el aborto
.


- Fue una decisión mutua, pero con esa decisión se fueron muchas cosas
.


- No tío, no estoy en contra de abortar, estuve de acuerdo
 .

- Escucha, esto no se le contado a nadie. Creo que nunca la quise. Tal vez sólo al principio 


Si no me equivoco...esta incomodidad en las tripas... Sí, ahí están: unas ganas de llorar. El chucho me ha puesto una pata en el hombro. Me está dando una plantada. Me está abrazando. Amigo, tú si que entiendes.

Efluvio

Alguno encarnación del ónfalo,
al girar por los equinoccios
con nosotros, y reencontrarnos,
grises ya las muescas parietales
de tanto no despertar ni dormir,
ni entender en la luz ofuscada.

Efluvio todavía el síntoma
de la leche diluyéndose
por entre cuerpos sucedáneos,
y si bien reguero límpido,
inequívoco y palpitante
de la única que matriz,
alguno de nosotros ónfalo
en la espesura genética.

O encarnación de los vínculos
apagándose hacia el ocaso,
cuando ya grises las parietales,
y de cuerpo en cuerpo el novicio
sacudiéndose aquel efluvio.

Inencontrarnos todos, en fin,
en el sitio de la diáspora,
y aquél que más cerca, o que aún
cautivo en la matriz radiante,
ése llorar y oler el efluvio,
ése encarnación del ónfalo.


El otro

El otro llamar y llamarnos
desde su extraviada identidad
en los meandros de las calendas,
llamar y llamar agitando
una señal reconocible
entre las señales obnubiladas.

Él sus pasos de renegado,
o de nebuloso cándido
por el pubis de las vírgenes,
idéntico sólo a sí mismo
en la interminable travesía
con su pesada carga de niebla,
imbáculo por las espinas.

Hijo mío desenredado
de mis entrañas lóbregas,
tú mi unigénito nonato
ni fruto de mi amargo vientre ,
sólo por mí reconocible
empero entre los desheredados,

donde tuyos, amor, los gemidos
que en mi vientre de parturienta
negándose a abrirse a la luz,
donde tuya, amor, la cicatriz
que en la última despedida
antes de volver a las tinieblas…

(Pero por el pubis de las vírgenes
con su candor de nonato,
irreconociéndose a sí
en su identidad de niebla,
otro y el mismo y ninguno
perdiéndose entre las señales).


Pasarela

Temprano por las despedidas
la mano diciéndoles adiós
desde promontorios y páginas,
desde esquinas, lágrimas, retratos,
muriéndonos a cada paso.

Ella la rancia longevidad
contraída hacia pozos y sótanos,
más allá de lenguas e idiomas
su pasarela de símbolos
sobre islas y precipicios.

No la olvides ni la recuerdes
sentado frente a su lápida
en cualquier lugar y momento,
tú mismo existiendo y no siendo
entre las claves genéticas,

no le digas para siempre adiós,
ni regreses, ni reconozcas,
ni desciendas hasta sus huesos,
ni toques el polvo gentilicio.

Lo que hayamos sido pálpito
de largas sombras y espíritus
persiguiéndonos por los genes,
despertándonos a medianoche,
mirándonos conmovedoramente
desde retratos, fechas y espejos,

lo que hayamos sido rémora
de un niño azul acogiéndola,
llamándola desde nosotros.


* Nací el 2 de julio de 1949 en Valparaíso, cuyo mar y sus tempestades marcaron definitivamente mi persona y mi poesía. Estudié varias asignaturas humanísticas, y trabajé en tres universidades, tanto en historia como en historia del arte, al mismo tiempo que escribía poesía. De los poemarios publicados, sobresalen Jinetes Nocturnos, de 1974-75 ,Tus náufragos, Chile, de 1993, Capitanía del Viento , de 1994 , El Transeúnte de Barcelona , de 1997, Madre Oceánica, Valparaíso, de 1999 , Megalítica, de 2000, Ebriedad , de 2003, y la Antología Esencial.. http://ulisesvarsovia.tripod.com

Pechos

El rostro de la mujer, que no cumplía ya los cincuenta, moldeó una sonrisa amiga en cuanto hice acto de presencia. Eso fue lo primero que encontré después de tanta oscuridad: la caricia de una sonrisa que insinuaba: “Llevo años esperándote”. Para no malograr sus sueños, me enamoré locamente de ella. Diré la verdad: no era atractiva. Tenía un peinado algo anticuado. Nada de Coco Chanel o salones de belleza. Y además era mayor que yo... ¡Pero qué calor habría de emanar su fornido cuerpo! ¡Qué calidez en aquel envase a buen seguro sin utilizar! ¡Qué caudal de deseos sin satisfacer almacenados en los rincones de su alma! Yo (¡sí, yo!) haría de ella mi madre y mi amante al mismo tiempo. Durante unos instantes (toda una vida) retozaríamos por los jardines prohibidos del amor. Sin complejos. ¿Qué importaban la imperfección de sus curvas y mi falta de experiencia en el juego de la seducción? ¡Me lanzaría a su regazo y treparía hasta hundirme en lo más profundo de aquellas inmensas y esponjosas ubres y, una vez en ellas, construiría una madriguera de la que nadie pudiese rescatarme! Este servidor, tan poco viajado, entendía aquellos brazos como el pasaporte a nuevos y fructíferos territorios sin explorar. Aquello sería un gran banquete pasional. ¡Un banquete lleno de pechos, pechos y nada más que pechos! Un buen comienzo a fin de cuentas, pensé. ¡Pero antes de asaltar el escote de mi querida enfermera habría que esperar a que alguien se dignase cortar el maldito cordón umbilical!

* Autor extremeño de incansable actividad creadora. Compatibiliza desde hace años la escritura con la docencia en talleres literarios. Sus artículos, poemas y cuentos han visto la luz en revistas y periódicos de España y México y han sido premiados en diversos certámenes.  Es autor de cuatro libros de relatos: Sopa de pescado (Editora Regional de Extremadura, Cáceres, 2001), Los Bustamante, una familia del siglo XXI (Diputación de Badajoz, 2001), Siete minutos (La bolsa de pipas, Palma de Mallorca, 2003) y Un elefante en Harrods (De la Luna Libros, Mérida, 2006). También es autor de la recopilación de articuentos Textamentos (Alcancía, Cáceres, 2005) y de la novela Historias de Ciconia (De la Luna Libros, Mérida, 2008).

Los degradadores

A este paso lo dejarán todo árido. A este paso, atilas de la tierra, césares segando la flor recién formada, todo quedará seco como hueso lavado por los meses, como un maltrecho omóplato blanco tirado sobre la arena.

Qué va a quedar, oh Dios? Qué continente, qué atolón, qué mar entre las encías pardas de los continentes, qué continente recogiendo cosechas y alzando ciudades en los perímetros diluidos?

Todo será arrasado. Ya veo venir la cuchilla ultimando, la cuchilla que ya se vuelca sobre sí misma cercenando los propios dedos en que se sostiene para la crueldad y el exterminio.

Trancado polvo entre las cejas, oh corazón tapiado. Es terrible ver a lo largo y ancho de los ojos, tener la vista suficiente, armónica con la frente y la página.

Se queman los jardines. Arden las umbelas, las espigas, las brácteas, los cañutos. Sudan rápidamente los troncos, caen carbonizados los gajos azules del planeta, los derrames anaranjados de las distancias.

Crepitan las carnes, y se evaporan las alas, las mandíbulas, los pelos, los profundos cartílagos. Hierven los nidales. Huyen hacia los últimos humedales las zarpas, las crisálidas, las piaras, los enjambres.

Todo se encuentra cada vez más árido. He aquí las costillas del mundo. Superficies de calor por donde rueda el plasma. Los dedos, llenos de anillos luminosos, despiden sus haces suprimidores, proyectan sus conos de depredación sin término.

Sal al proscenio, poeta. Ven, con tus ojos órficos. Saca un poco las manos de tu ombligo. Oh tú, poeta, que gozas entre los mortales de la gracia de ejercer una repoblación dulce, llena de música y sentido.

Todo lo han parcelado, comprado, vendido, expedientado, cancelado. Se fueron en el viento las últimas grandes mariposas y los últimos conglomerados de polen. Todo se va al viento, hacia el viento, tras el viento.

La sal subiendo del polvo, el polvo entrando en el agua, el agua pasando al fuego, el fuego derramándose lentamente desde las suelas efímeras. Hay un túnel, ensortijado y movido, como una tromba sin banderas.

Sal al proscenio, poeta. Asoma al viento tu corazón de dos alas, y da al viento tu palabra escogida, tu frente de cristal soñoliento y esperanzado. Porque es la hora de la hora, ya sólo queda la hora de la hora, ya es la Hora!

* Poeta, ensayista, editor y diseñador gráfico. Premio Nicolás Guillén, de México, en el 2004, y Premio Nicolás Guillén, de Cuba, en el 2005. Premio La Rosa Blanca 2005. Premio Samuel Feijóo de Poesía y Medio Ambiente 2007. Finalista en el Festival de Poesía de Medellín, Colombia, 2007. Finalista en el Festival de la Lira, en Cuenca, Ecuador, 2007. Ha ofrecido recitales y conferencias en universidades de México, Venezuela, Estados Unidos, Panamá y China. Máster en Cultura Latinoamericana. Profesor adjunto de la Universidad de La Habana. Versos suyos han sido traducidos al griego, al inglés y al chino. Ha impartido diplomados para la formación de escritores. Tiene un gran número de libros publicados. Trabaja como editor jefe de la revista cubana de poesía, AMNIOS.

La muñeca

Lo primero que hacía Arizmendi cuando despertaba era curucutear los pezoncitos de Belén hasta que estuvieran duros como pepitas de agraz, y esperar a que Belén se arrimara calientita y lo besara. Lo segundo darle un grito. Al comienzo le había dicho frases llenas de improperios, después la fue despreciando con palabras bien concretas, perra, puta, minusválida, cretina, casquivana, farnofélica, bulímica, ninfómana. Y se paraba de inmediato de la cama y dejaba el desayuno sin probar. Belén, que luce tan linda con el cabello violeta y su uniforme de aeromoza, hizo una muñeca de trapo de tamaño natural que tuviera su silueta brasilera, y le puso en los pezones dos perlitas y unas orejas enormes y la acuesta al lado de él. Desde entonces cada vez que Arizmendi se despierta se le arrima a la muñeca y le acaricia las perlitas y tiene sexo con ella y le grita perra, puta, minusválida, cretina, casquivana, farnofélica, bulímica, ninfómana. Y se levanta de la cama y le da los buenos días a Belén devotamente y se come el desayuno. En la torre de Pompeya se asegura que Arizmendi está de nuevo enamorado.

* Escritora de pocas palabras nacida en Barranquilla, Colombia. El relato breve es su territorio. No ha publicado libros, aunque ha escrito tres. En la "Torre de Pompeya", "Hombre Macho y mujer Hembra con cierta dificultad para entenderse" y "Ligeras Historias". Además de numerosos cuentos que ya están por ahí, de boca en boca. Algunos pueden leerse en su blog.

Tierra y mar

Ángeles. La tierra duerme la tarde, que venga ella a la siesta a la tierra en el sol, pega bajo el ritmo, a tropiezos florece en el aguacero del mar contigo. La rama abre los ojos va a lomos de la cuerda, en silencio en noria aparece, sentado a la siesta, en agujero se deshace en la playa del azul del verde. Por los palos del aire va una corneta de avispas mañaneras, compañerita del desasosiego, florece el amor a la luz del alba, que por eso te quiero, por eso el recuerdo queda fuera, me abandona el ruido, en el oído contento de tus ojos fosforescentes, va de noche regando el cielo eléctrico, de romero en el norte. Fue en alegría la primavera unos ojos cerrados un flujo de cometas la primavera dentro mío, por eso te quiero, por eso en recuerdo te abandona la luna, mi sueño de ángeles marinos canta en silencio.

No quieren que se descubra el desnudo. Quítate el antifaz, gruta del mar, voz de suspiro, en ola, en barca, en el azul colorado te alejas, te acompañas, de voz en suspiro agrietas, como un fru fru fru verdeas. Del azulito y del coral en ámbar, baja un torrente de fuego, ay brasa, oh azulejo, agujereo que, crucero en calma. La mano bajo tierra, rojo de brío, lo que dices, yerba de la atalaya, hermosa eres, como de mi cuerpo luz, desengaño, ser de luna, cabeceas en florero.

Voy buceando soy un buzo de agosto. En la vagina del recuerdo en rocío voy buscando un frío de ángeles. Aquí está caliente, allá temblando. El túnel es ancho y angostado, sumerjo, bajo al fondo, meneo, ese que sube del aire o el mar a las olas, duermen los pezones mientras acaba la noche y el café y la leche se corren por tu boca.

Cosquilleo, porque si fueras alma, o como dicen arma o hasta la noche como un tiro trero, la flor de tu mirar o casida oh amuleto, está oh río, almacén de los versos, como una emboscada de rimas, como un frío frío en rama, como un frío frío de mimbre, le gritaría al cielo en sangre. Fuente de piedra funde, rompiendo el mar, blanco y rojo, en negro como alegría, en sol y almuerzo soplan a las voces, lejos.

Los pies pensaron que era una luz blanca como el agua del torrente. Entonces nacieron el empuje y el vaivén, al compás trazando un círculo semi perfecto, a raya partida, el olor de madera en el fondo de tu clítoris avanza a un lago de sempiternas naciendo en sueño, una memoria el material, o también serviría para hacer arco de corazones, dulce vida.

Porque no hay cyán sin verde, como un crepusculero, en el albaicín la veo, en el paseo de las piedrecillas, ruído. Cuerda y esparto, mesa de mármol, en ti seseo, como el cabritillo, meneo. Agua de dulce, proa del veo, a cien luciérnagas he visto, en la penumbra del siseo. Bruma, alguacil, serpenteo. Duna y cuchara yema y escarceo. Pruro el beso, el aguijón piadoso, fue una emboscada el amanezco. Otra vida la tuya, como en calcetín, la veo.

También se puede hacer el amor a plena calle, a reviento contraluz, haz la prueba, mientras los transeúntes siguen con sus moléculas de trabajo, a todos nos pillaron trabajando, pero vete al verde charco, arrodíllate y allí mismo sabrás que es una constante nítida célula del contigo saliendo de la boca del metro; sabrás por fin que, te hinchaste como si fuera la última vez, la última vez en que ibas a perder la certeza.

Por dónde andarán, ay, del nomadeo, sin prisa prisa, lento el correteo. Tú correveidile, sartén de trapo, sonaja, estribillo y reo. Dile a tu mare que la muero, di a tu hermana que adónde fueron, si sale el timón haciéndose pañuelo, a trompicones dentro, pienso, a tiburones, siento, si a tu vera, duermo.

Junta el arrumaco, sirve un vaso de ron con miel y un plátano dorado, un cascabel como trompeta de Miles Davis, suena despacio, como un reventón reventado, como un puzzle que se abre a los lunes, en domingo, un juego de mar en la ciudad, en ritmos planetarios que en astro llegan en flamenco bajo, como un subterráneo del olimpo.